Escribe Carlos Revainera.Trabajador rural.
Este trabajo se realiza al rayo del sol y los santiagueños tenemos una gran resistencia al calor. Es un trabajo manual que se hace a cuerpo cubierto porque es intolerable el polvillo de las flores y las hojas del maíz son cortantes.
Qué es eso de la desflorada?”, me preguntó una compañera. Desflorar consiste en sacarle la flor a cada planta de maíz hembra para que el polen de la planta macho, que “contagia” a la hembra, reproduzca un maíz más potente en granos y dimensión. Cada 15 surcos de hembras, hay cinco surcos machos, como se los denomina.
Las condiciones del trabajo esclavo y de explotación laboral por parte de la multinacional NIDERA (y otras) viene de antaño. Son el resultado de la aplicación de políticas neoliberales en un país dependiente diseñado por los Videla, Martínez de Hoz, La Nación y Clarín, continuadas por el menemismo en los ’90, con su política de “relaciones carnales” con los Estados Unidos, y el gobierno de la Alianza, que llevó a situaciones extremas de pobreza y desocupación a nuestro pueblo.
Trabajé desde los 13 a los 17 años en “la desflorada”, en Rojas, Pergamino, Salto y Junín, en la provincia de Buenos Aires, y en Venado Tuerto, en la de Santa Fe. Este trabajo se coordina directamente desde las empresas terratenientes multinacionales, que conectan al “cabecilla” cómplice, quien tiene reuniones previas en los pueblos de Santiago (en mi caso, en Atamisqui) para organizar las condiciones de esclavitud con promesas espúreas, como la oferta de un buen salario por 20 o 30 días de trabajo (que muchas veces se extienden por las lluvias, los cuales son días no pagos), incluida una buena alimentación.
Los micros en malas condiciones llegan a los pueblos, cargan a los paisanos como ganado vacuno y regresan con destino incierto. Puede ser Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. Generalmente se llega al casco de una estancia abandonada, en malas condiciones para habitar, o se monta un campamento precario debajo de un islote de plantas. Allí se instalan carpas o unos sucuchos de chapas en semicírculo, donde se arman las camas con los palos extraídos de las plantas. Los colchones, en muchos casos, pasan a ser las chalas de los maizales. Recuerdo que en Rojas nos quedamos sin lugar y nos refugiamos en un gallinero donde las pulgas y las ratas más pequeñas tenían la medida del zapato de Lescano, un amigo que calzaba 45. Pasábamos noches “divertidas” entre las ratas y las pulgas, sin advertir el peligro del hantavirus, denominado “mal de los rastrojos”, “mal de Junín” o “fiebre hemorrágica”, causada por la laucha de maíz o ratón maicero que transmite el virus, causando alteraciones vasculares, renales, hematológicas y neurológicas. Si no se trata a tiempo antiviralmente, el paciente fallece.
Paso a detallar a continuación, como dice Víctor Heredia, cómo es un día en “la desflorada”. A las 4:30 de la mañana, todos arriba. A las 5:30, todos al maizal. En ayunas, porque el desayuno recién llega a las 9. Se para el trabajo diez minutos, se hace un nudo al surco que se viene trabajando, que tiene un recorrido de varios kilómetros, para retomar el trabajo luego del mate cocido acompañado con un pedazo de pan. Como es obvio, el mate cocido siempre esta frío.
Por la mañana, el maizal está lleno de agua por el rocío o alguna tormenta pasajera, lo que implica que en las dos primeras horas el frío nos llega hasta los huesos. Luego de las dos primeras horas de trabajo viene la contratara: un calor agobiante, producto de la humedad. El sol quema fuerte por arriba, y de abajo del maizal el vapor se eleva. El resultado es una particular deshidratación. Es por eso que el agua no debe faltar.
Al medio día se tiene tan sólo media hora para el almuerzo: un guiso aguado o un puchero. El trabajo termina tras la puesta del sol. La ducha son los piletones de los molinos de viento, un tanque de agua o una precaria bomba. El baño son cuatro lonas sostenidas por cuatro palos para usos de urgencia.
Este trabajo se realiza al rayo del sol y los santiagueños tenemos una gran resistencia al calor, por eso nos traen. Es un trabajo manual que se hace a cuerpo cubierto, de la cabeza a los pies, porque es intolerable el polvillo de las flores y las hojas del maíz son cortantes.
Es tan indigno el trabajo que nadie sabe cuál es la remuneración salarial que obtendrá. El 60% del salario, al final de la faena, se lo llevan los proveedores, sin demasiada explicación, ya que viene descontado del monto total.
La cobertura médica es nula. Sólo si tienes el síntoma del “mal de los rastrojos” te tiran en un hospital. Si tienes otro problema de salud y no puedes continuar con el trabajo, tienes que regresar a tu lugar de origen por tus propios medios. En mi “mala” experiencia en el trabajo esclavo de “la desflorada”, tuve que lamentar la muerte de cuatro compañeros contagiados por ese virus.
La necesidad podía más que la organización para defender nuestros derechos, pero nos hicimos sentir en Rojas y en Venado Tuerto, cuando en las dos oportunidades nos pagaron sólo el 20% del trabajo porque el resto se descontaba por alimentación y la cosecha, según los terratenientes, venía mal, con pérdidas. Nos organizamos, tomamos la planta de Dekalb y negociamos un aumento mínimo. En Venado Tuerto, tomamos la planta de Cargill. Nuestro objetivo era tomar de rehén al cabecilla, Antonio Gerez, oriundo de Atamisqui, y al “ingeniero” o capataz que supervisaba el trabajo. Ambos desaparecieron la noche anterior al cobro del jornal y sólo quedaron los administrativos, que tenían órdenes de pagarnos un 20% del trabajo con el mismo verso de siempre, que la cosecha viene muy mal porque faltaban lluvias. La reacción fue violenta: no quedó un sólo vidrio de las oficinas intacto. Tomamos la planta por 12 horas. Luego fuimos demorados en la comisaría, caratulados de vándalos, muertos de hambre, indios, negros y otros calificativos. Fuimos sumariados y acompañados por la fuerza policial hasta nuestro pueblo, Atamisqui. Estas y otras experiencias nos abrieron el camino a la militancia por una patria justa, libre y soberana en años difíciles de dictadura.
Desde la Oficina de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, creada por el compañero Néstor Kirchner, se están aplicando acciones para seguir construyendo una patria con más justicia social. Y destapó la olla de las condiciones infrahumanas en las que trabajan nuestros paisanos santigueños en “la desflorada”.
El personal de la empresa multimillonaria NIDERA, de San Pedro, que contrató a los santiagueños (entre ellos menores de edad), tiene que ser juzgado con todas las de la ley y su aplicación debe llegar hasta los cómplices, que son los cabecillas, ingenieros y capataces que forman las cuadrillas para este trabajo en negro, indigno y esclavo. A esto, sumémosle la complicidad del dirigente sindical “Momo” Venegas (UATRE), que nuclea el 70% de trabajadores no registrados, por ser cómplice de esta forma de trabajo esclavo, sin ningún tipo de cobertura social, con la venia de Duhalde, Barrionuevo y la Sociedad Rural.