Escribe Carlos Raimundi, Nuevo Encuentro
Más allá del listado de avances acaecidos desde 2003, todos pueden ser englobados alrededor de un eje común: haber puesto al descubierto la profunda diferencia entre Gobierno y poder.
Durante décadas vivimos sumidos en la creencia de que quien dictaba los grandes lineamientos políticos era el Gobierno de la política. Lo que se puso en evidencia, es que esos gobiernos no hacían más que obedecer dócilmente a las políticas dictadas por los poderes fácticos, Embajadas, corporaciones económicas y financieras, conducción de la Iglesia, grandes medios.
El corte surgido a partir de 2003 tiene que ver con el incremento de los márgenes de autonomía de la política, y de su capacidad de interpelar a esos poderes, que históricamente se sintieron muy cómodos con los partidos tradicionales, e hicieron grandes negocios por vía de los distintos formatos con que se fueron expresando los sucesivos ajustes sociales.
La irreverencia frente a ellos es lo que los irrita, lo que alimenta su sed de vengarse a cualquier precio por el espacio arrebatado. Allí reside la verdadera causa de lo que ellos denominan “crispación”, lo que lleva a Macri a calificar como el peor momento de la democracia a aquello que a quienes venimos de una raíz nacional y popular nos sitúa en uno de las etapas más intensas y excitantes que hemos vivido.
De este planteo preliminar se desprenden tres grandes vectores. El primero, que en la Argentina actual existe un solo núcleo de irradiación política autónomo de las corporaciones, y es, con sus más y sus menos, el Gobierno nacional. Del otro lado, apellidos que figurarán impresos en el cuarto oscuro pero que no son quienes deciden la política opositora, sino que expresan la continuidad de aquel sometimiento histórico.
Es así que el candidato radical no forma la alianza que hubiera querido sino la que le ordenaron, y que deshonra a su padre, obligado a decir que derogaría la Ley de Medios, a cambio de apariciones mediáticas.
Ante la inexistencia de una oposición que confronte modelos, es que la campaña se centra únicamente en lo destructivo. Denuncias de corrupción, clima de inseguridad, disparada de precios, falta de nafta, malestar por paros en aeropuertos, vidrieras apedreadas o vagones quemados en las estaciones, etc. Es aquí donde debe aparecer todo el instrumental pedagógico que permite el manejo del Gobierno, de modo de anticiparse y contrarrestar esta estrategia tan perversa como evidente.
El segundo vector tiene que ver con el espacio que encabeza Hermes Binner, que está llamado a expresar el slogan: “hay vida a la izquierda del kirchnerismo”, y al que analizaré desde distintos planos. El primero, mi respeto y reconocimiento a algunas de sus políticas provinciales que distan de colocarlo en el andarivel de una oposición neoliberal. Con esto quiero decir que si la futura agenda fuera discutida entre el kirchnerismo y ese frente, tendremos matices y encontronazos, pero esa agenda se habrá corrido hacia un meridiano mucho más cercano a lo nacional y popular, que si debiéramos seguir discutiéndola con las expresiones del neoliberalismo.
El segundo plano de análisis es su condición de frente testimonial, cuya mayor fortaleza está en acentuar una de las dos condiciones de la gobernabilidad –una buena propuesta- sin dar la importancia necesaria a su sustentabilidad política y social. En otras palabras, una cosa es proponer una buena política, y otra es contar con la fuerza política y social para sostenerla. Este punto está lejos de ser cubierto por ese frente llamado progresista. De aquí deriva el último plano de análisis, que me parece el más profundo. Los dirigentes de raíz socialista, los que pretenden ser la izquierda del partido radical (aunque Stolbizer le haya ofrecido una candidatura a Llambías, que sigue hablando de sucios trapos rojos), y quienes pretenden ser sindicalistas alternativos, son la versión actualizada de una línea histórica que enarbola banderas de izquierda, pero desde la vereda de enfrente del sujeto de cambio que es el peronismo. Por eso estamos juntos en etapas de resistencia, pero nos separamos en etapas de construcción. El maximalismo que profesan está teñido de un sustrato, una idea de fondo que traducida en palabras sería: queremos hacer lo correcto sin mancharnos con las contradicciones del peronismo, y mucho menos del ejercicio del poder. Es, sin duda, un debate pendiente que lleva muchas décadas y que excede, también en mucho, la contingencia electoral.
El último vector es si asistimos a un nuevo tramo en la historia de los gobiernos del PJ, o si, como sería de desear, estamos ante una etapa fundacional de un nuevo espacio e identidad política, con el sujeto peronista como eje vertebrador, pero que exceda al PJ como estructura partidaria formal. El sueño trunco de John William Cooke, la conexión del sujeto que Evita representaba, con el sistema de ideas representado, entre otros, por Ernesto Guevara.
Es apasionante formar parte de este proceso, y parece mentira que algunos compañeros que se atribuyen la condición de progresistas, lo estén desperdiciando.