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Entradas por tag: politica
//10 de Octubre, 2010

Lo categórico, lo relativo y los malos deseos

por carlosfernandez a las 22:40, en Politica Nacional

Se sabe que aparte del blanco y el negro hay grises; y también que en esos grises los opuestos pueden aproximarse. Pero el abuso del matiz puede terminar en algo indefinible, ambiguo, incierto, confuso. Si se pretende aclarar un azul profundo, éste puede convertirse en un celeste blancuzco o en un blanco acelestado, es decir, en un tono chirle, impreciso, relativo. Lo mismo ocurre cuando uno pregunta ¿Te gusta tal cosa?, y le responden con un “relativamente”, ¿qué significado tiene esa respuesta? 
Vivimos una época de contrastes, de oposiciones, de antítesis, y nos toca sobrellevarla estando en alguno de los lados porque la corriente te lleva o te deja atrás. Ya no sirve estar en el medio ni mucho menos en los dos, y como no se puede estar un “no lugar”… El caso de Julio Cobos es un buen ejemplo: por más que quiso relativizar su voto “no positivo”, terminó siendo un voto negativo absoluto, porque lo relativo no tiene ningún valor. Se está a favor, o se está en contra.
Tanta tensión antagónica es incómoda: desplaza la idea de la neutralidad, de la asepsia, del “yo, argentino”; fatiga al ciudadano y lo construye más frontal, lo pone al descubierto, lo impele a situarse en un lado o en otro. En el medio, nada. Así como calentar o enfriar la economía no es una cosa relativa, así se está a favor de los Derechos Humanos reivindicando la memoria o se pretende echar todo al olvido; se está de acuerdo con potenciar el Estado o se prefiere estrujarlo hasta desvanecerlo.
Los dilemas que plantea la encrucijada social, económica y política, se incluyen en ese proceso binario de lo blanco y lo negro. El mal llamado “conflicto con el campo” es un ejemplo de ello. Lo mismo ocurre con la nueva Ley de Medios, con las jubilaciones recobradas por el Estado, con averiguar o no la dudosa identidad de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, con apoyar o boicotear la nueva ley de entidades financieras o la investigación de Papel Prensa. No son cuestiones relativas. Tampoco es relativo Hector Magnetto ni Lidia Papaleo, como no lo son un torturado y su torturador.
Es la sociedad quien lo ha decidido; así lo han determinado los votos y el Congreso es su caja de resonancia. Con casi tres décadas de democracia, a esta altura ya sabemos que las próximas elecciones no tendrán un valor relativo.
El odio tampoco es relativo. Luis Buñuel decía, y su cine lo demostraba, que “no hay odios ni deseos inocentes”. En la Argentina sobran los deseadores de esa clase. La pulsión tóxica expresa sus deseos a través de los medios y de sus representantes políticos. Se los ve, se los lee y se los escucha allí, agazapados, amenazantes, haciendo méritos para probar que sus deseos son odios estancados y no tienen nada de relativo. Entre otros deseos está el que desea que se descubra que Lidia Papaleo ha recibido millones de dólares para estar contra Clarín y la Nación. Y que se descubran cientos de millones de dólares escondidos bajo el parqué del antiguo despacho de Kirchner, y que el Gobernador Scioli se de vuelta y pase a ser opositor poniéndose a las órdenes de Dualde. Fontevechia, el famoso editor de Clarín, escribió como si nada que Kirchner, “cuanto más se esfuerce en disimular su enfermedad, más se enfermará”, mientras Mariano Grondona se inquieta porque aún no se creó el “antídoto” para acabar con el kirchnerismo. 
Más fresco está el deseo de que Hugo Yasky sea culpable de fraude en las elecciones de la CTA y que su cómplice en el fraude sea Hugo Moyano, y el de quienes desean que la hija de los Kirchner, que estudia en Nueva York, sea denunciada por sus vecinos de Manhattan por causar ruidos molestos a la noche. Y están los deseos internacionales: por ejemplo que Obama desmienta haber felicitado a las Madres de Plaza de Mayo, o que Nestor Kirchner fracase al frente de la UNASUR y que Cristina deje de ser invitada a inaugurar cuanto evento internacional de importancia haya en el mundo. Y el último, aparecido hace poco, que consiste en el deseo de que una vez que los chilenos logren salvar a los mineros enterrados a 700 metros de profundidad, aquí, en una mina a cielo abierto de Cuyo, un minero de pueblo originario quede apretado por una piedra chiquita y no haya tecnología que lo salve. 
Hay argentinos que desean que la inflación aumente hasta hacer colapsar la economía, y no faltan quienes desean que cuando llegue el verano y se enciendan los aire acondicionados, justo las represas se queden sin agua y haya un apagón catastrófico salvo en la casa del ministro De Vido. Y ni hablar de los que se mueren de ganas para que un matón K, con remera negra y logotipo K, le pegue un pellizco en las nalgas a un periodista delicado para que la SIP lo considere un ataque a la libertad de prensa y pida la intervención de la ONU. También flota en el aire un deseo que hasta me da pudor incluirlo: Es el deseo de que una de las parejas gay cometa alguna perversión en la crianza de un hijo, para que así Bergoglio y Mirtha Legrand salgan a decir que ellos auguraron que el casamiento igualitario era peligroso… Sólo por una cuestión de buen gusto no incluyo aquí los numerosos deseos explícitos de muertes varias y esperanzados deseos de golpes de estado. 
Esta es una lucha entre deseos no inocentes. Por fortuna también son muchos los que tienen buenos deseos. Y me atrevo a decir que últimamente son cada vez menos los que tienen deseos indeseables.

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//19 de Septiembre, 2010

Teoría y práctica de la politica económica peronista

por invitado a las 23:11, en General

Escribe Eric Calcagno
Quizás haya que reconocer, junto con los múltiples críticos de los movimientos populares, que las políticas económicas de los gobiernos peronistas se han caracterizado mucho más por el avance en el campo de lo concreto, la modificación –para bien o para mal– de las estructuras materiales de la sociedad argentina, que por una teorización sistemática y acabada de objetivos e instrumentos en cada momento histórico. Tal vez porque en el peronismo ha primado siempre la cultura del resultado: no decimos “¿qué hacer?”, sino que lo hacemos. Habrá que rastrear tal vez en los orígenes fundacionales: un general busca ganar batallas, no comentarlas. Nuestro General las ganaba, y casi todas: la política, la económica, la social, la cultural… aunque no siempre en el mismo momento. Ojalá sea designio de la propia historia, que nos configura al mismo tiempo que la transformamos, que ésta sea la oportunidad para que los herederos del General podamos establecer nuestra política en las medidas económicas que hagan una sociedad más justa, que no admitirá retrocesos si los valores que defendemos están incorporados al acervo cultural común.
Es mejor construir sobre las bases materiales de la producción, la distribución, el consumo, entendidas como facetas de una misma unidad, para nada lineales ni separadas, que lanzar sobre el papel los principales ejes de la economía, lo cual en el proyecto nacional aparece como un ejercicio necesario pero limitado. Debe –quizás– entenderse lo que sigue como un punto de partida, como un estado de situación en un momento dado de la historia argentina; jamás como un comentario, ojalá como una guía, con la esperanza que la reflexión sirva para análisis de los intelectuales e inspiración de los cuadros, tanto como para arsenal de los militantes.
Estrategia económica realista. No debe amedrentar, ni al escribiente ni al lector, hablar de poder. De eso se trata. Cómo se obtiene, cómo se utiliza, qué se hace, son algunos de los elementos que permiten distinguir entre dictaduras y democracias, entre oligarquías y proyectos populares. El sistema de acumulación de poder llama a la estrategia, y de ella nos vamos a ocupar en primer término.
En efecto, la estrategia consiste en la conducción y la realización de un modelo por los mejores medios; recibe su inspiración y sus fines de la política, y se apoya sobre la habilidad táctica. Debe combinar todos los elementos del poder para lograr sus fines y tener una clara noción de la realidad y de la relación de fuerzas que se enfrenta. De lo contrario, podemos naufragar en un idealismo que no es más que considerar las personas y las cosas, así como las relaciones que las regulan, cómo queremos que sean más que cómo son. Es lo que Freud llamaba una ilusión: un error con deseo.
Desde el punto de vista nacional y popular, la elaboración de una estrategia económica debe estar tan alejada de la quimera como del conformismo: hay demasiadas cosas en juego. La enunciación de quimeras pertenece al género de la política o economía-ficción, loable en cuanto aspiración y a veces admirable como literatura, pero ineficaz como concreción; en sentido inverso, proyectar la continuidad lisa y llana de un presente que aún tiene rasgos de injusticia, es prueba de mediocridad, servilismo o complicidad. Ni la quimera ni la continuidad constituyen una estrategia económica aceptable. Con esa perspectiva, la estrategia es la carta de navegación que permite arribar al puerto deseado; pero no sólo es necesario un rumbo, sino también los medios que permitan llegar.
El Proyecto Nacional en ejecución parte de la base de que es posible aplicar una estrategia de defensa del interés nacional y del bienestar popular; no es demagogia ni mitología, sino realismo político. Pretender que se adopten políticas que defiendan los intereses de la Nación y de su población, no representa un desvarío voluntarista. Sólo que para que se realice deben cumplirse varios requisitos.
Una estrategia económica nacional debe comenzar por una estrategia del poder. Para que deje de ser una abstracción académica y se convierta en un instrumento de acción, es indispensable que el gobierno elabore y aplique un Proyecto Nacional y ejerza potestad o influencia sobre ciertas áreas clave de la economía. Las relaciones entre política y economía, en nuestros días, rememoran la polémica clásica del siglo XVII donde brillaron Pascal y Spinoza, acerca de la fuerza y de la justicia. Una justicia sin fuerza es impotente; una fuerza sin justicia es tiránica, decían ellos; un proyecto nacional sin una política económica efectiva no es viable; una economía sin proyecto nacional es la crisis permanente.
El primer ámbito es el de la economía real. En cuanto a su funcionamiento, es indispensable el ejercicio de la potestad estatal sobre los servicios públicos, que implica, según los casos y la evaluación que se haga, mayor supervisión, control, regulación o propiedad. También debe compatibilizarse la acción empresaria extranjera con el interés nacional argentino, mediante políticas crediticias, monetarias, arancelarias, fiscales y de regulación. Al mismo tiempo, el Gobierno Nacional deberá afirmar su autoridad sobre el sector financiero y, en particular, sobre el Banco Central. Ya se realizó una reforma fundamental que fue la estatización del sistema jubilatorio. Estas reformas son las que habilitan la recuperación de un Estado capaz de ser el instrumento de transformación económica.
Es importante aclarar este punto, ya que aquellos que predican “estados mínimos” son los que más introdujeron al Estado en la vida social argentina, ya sea con la violencia sin límites del gobierno militar, ya sea con la aplicación terminal de la convertibilidad. Nosotros consideramos que al carecer los movimientos políticos nacionales y populares de rentas financieras o agrarias propias, ni aceptar ser los socios locales y menores de imperios empresarios, es el Estado el único instrumento de transformación económica que tenemos, así como son las elecciones el único modo de acceso al gobierno político del Estado que deseamos.
Estado y gobierno. En el Proyecto Nacional, encaramos el doble desafío, entonces, de transformar el instrumento de cambio al mismo tiempo que transformamos la sociedad. Debe perfeccionarse su funcionamiento, que adolece de graves deficiencias, sobre todo después de la ola neoliberal (1976-2001). Vemos que no se trata entonces de una situación ideal del Estado, que a todos sirve por igual, sino que en su misma conformación histórica, en sus atribuciones y en sus funciones –y en la modalidad como las ejerce– nos va la política. El Estado siempre interviene, jamás es neutro –jamás lo fue–. Reconocer este hecho no significa partidizarlo, pero tampoco ignorarlo. Con la oleada neoliberal habían desaparecido las empresas públicas y ministerios, como obras públicas o planificación. Sin prospectiva, un Estado (más aún: una empresa) es ciego. En esa acción política de primera magnitud la estrategia es la recuperación de la soberanía, que, a su vez, es posible por el desligamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) realizado en diciembre de 2005, así como por la política de desendeudamiento. El FMI ya no dicta más nuestra política económica.
El Estado tiene como función la salvaguarda de los bienes permanentes de una Nación, que, entre otros, son la defensa de la soberanía nacional, el mantenimiento de la democracia, la vigencia del orden dentro del derecho, el desarrollo económico y la justicia social. A su vez, el Gobierno debe asegurar el cumplimiento de esos objetivos, para lo cual administra y hace política. Más aún: hay que crear política donde antes no la había. Plantear la política es plantear los problemas: ninguna injusticia es más duradera que la que permanece en silencio (de allí la importancia de los medios de comunicación…). Reconocer y resolver un problema no es ser conflictivo, sino ejercer los derechos políticos ciudadanos, desde la militancia, y conducir el Estado en esa dirección cuando se ejerce el liderazgo. Aparicio Saravia decía: “la Patria es la dignidad arriba y el regocijo abajo”.

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//14 de Enero, 2010

ES LA POLÍTICA, ESTUPIDO

por carlosfernandez a las 10:57, en Politica Nacional

El año político cerró con una buena noticia para cualquier argentino con vocación democrática. Y el hecho es una punta atractiva para intentar un balance (uno de los tantos que pueden hacerse) acerca de cierta enseñanza que deja el 2009.
Al margen de lo que en sí mismo significó el blooper de Macri al nombrar ministro de educación a Abel Posse, la caída de éste ratifica, por si alguien no había tomado nota, que hay límites infranqueables en este país donde es tan habitual creer que todo vale, que algunas opiniones, nombres propios y actitudes pueden aparecer en el escenario sociopolítico sin atravesar una fortaleza con capacidad de cuestionamiento y movilización.
Fue esa feliz obviedad lo que tumbó al tiranosaurio fascista, demostrando que ya no hay lugar para funcionarios públicos capaces de reivindicar la dictadura. Y muchísimo menos si ni siquiera se cuidan de no usar un lenguaje idéntico al de los genocidas, a punto tal que hubo funcionarios y referentes del macrismo que tomaron distancia de Posse y hasta el mismísimo Macri tuvo que ser tibio al defenderlo. Y no porque piensen distinto, naturalmente, sino por carecer de espacio político para expresarlo. Esa es una conquista invencible de los luchadores imprescindibles.
Desde ya, se dan circunstancias en que puede haber retrocesos de desmemoria; como lo muestra, sin ir más lejos, el propio hecho de que Macri haya sido un triunfador electoral, o los índices de apoyo que en su momento tuvieron personajes como Patti, Rico, Seindeldin y algún otro, lo que testifica el irresponsable y vacuo reclamo de mano dura, de “más seguridad” a costa de lo que fuere. Pero ese rasgo fascistoide de una parte de la sociedad no logra contrarrestar la potencia de los memoriosos activos, hasta el punto de que –con excepción de los fósiles explícitos– quienes reivindican al terrorismo de Estado - se ven obligados a guardar silencio público al respecto. Posse nunca aprendió esa bolilla. Como tampoco lo hizo el diario La Nación cuando publicó el artículo de aquél, que desató la andanada en su contra a pocas horas de que asumiera. Esos raptos de soberbia reflejan una falta de inteligencia notable en los voceros y actuantes del conservadurismo, y es reveladora de que no pueden controlar sus nervios. Igual cosa les pasó a los gauchócratas de la Mesa de Enlace, que a lo largo del año se fueron de boca promoviendo una gauchocracia con alguna fraseología de indisimulable tufo castrense y sus pares debieron explicar que no quisieron decir lo que dijeron.
Y si de nervios se trata, el año deja también lo inédito y creciente de la virulencia con que TN y Clarín, por boca de Nelson Castro, Morales Sola, Bonelli y hasta Mirtha Legrand atacan al Gobierno, cosa que aun cuando se considere que es una lógica respuesta a los intereses afectados, no deja de ser asombroso que lo hagan de una manera tan desembozada y banal. Esa irritabilidad es indicativa de que hay una puja concreta de poder entre el oficialismo y los intereses de la derecha más recalcitrante y antidemocrática, pero además y junto con ello, o antes, exhibe una sugestiva falta de confianza por parte de las corporaciones económicas hacia la oposición política, que al cabo de la victoria del 28 de junio parecía en condiciones de comerse a los chicos crudos, y terminaron, según lo reconocen ellos mismos, sujetos a la agenda del “gobierno K ” .
En ese sentido, aun cuando los severos errores del kirchnerismo hayan mellado su popularidad, la grosera patinada de Macri y el cada vez más crispado discurso de dirigentes como Luis Juez, Lilita Carrió y Gerardo Morales, son una ostensible muestra de los graves problemas instrumentales que enfrenta el proyecto de restauración conservadora.
El nombramiento de Posse fue solo un símbolo del nivel de improvisación que rige a la administración macrista y una palmaria demostración de ineptitud y falta de propuestas concretas que exhibe la derecha cuando le toca gobernar. Un conocido editorialista de un medio de derecha, indignado tras el sketch de Posse, se preguntaba si acaso Macri es un político o bien cualquier otra cosa menos eso, vista su carencia absoluta de muñeca para estar al frente de una gestión que apenas si es municipal. Y tiene razón. Pero resulta que es esa misma derecha patética la estimuladora de inventos mediáticos que, como Macri, acaban exponiendo su pericia para que se les escapen todas las tortugas a la vez. Son estos mismos periodistas y politicólogos mercenarios los que denostaron a la política. Los que prometieron que arribaría una nueva forma de ejercerla, y los que llaman a representantes del campo y empresarios millonarios, desde Estela Carnero hasta Francisco De Narváez para que intenten poner a salvo los privilegios de su sector. Los gauchócratas son el mejor ejemplo acerca del tema: consiguen representación parlamentaria, pero guay de encontrarle alguna idea que no sea su constancia militante como hijos de la soja. De todas formas y por las dudas, probablemente conscientes de las patas cortas que eso tiene, entronizan a Julio Cobos sin el menor pudor, sin importarles demasiado que eso signifique clonar a De la Rua. Y si no puede ser de ese modo no está de más que se largue Dualde, que si bien juega su propio juego no se muestra como enemigo.
Todo esto parece inconcebible. Para el 2011 falta mucho, pero nunca se sabe. Sobre todo porque ninguna de las figuritas opositoras, por más ganas que tenga, no llega ni por cerca a la necesaria estatura presidencial. Y menos que menos si la economía, a pesar de los escatológicos pronósticos que difunden los medios, sigue con el dichoso viento de cola que permite no sólo pagarle al FMI sino distribuir casi diez mil millones de pesos entre los chicos pobres del país. En este caso cabe la pregunta acerca de qué es, entonces, lo que tanto los molesta o perjudica. Y la única respuesta que surge es que son insaciablemente angurrientos.
Todo esto que parece una mala noticia tiene su anverso. Es la política, estúpido. Es la política la que, en el año que se va, volvió a presentar toda su dimensión y que habilita a que no se pueda ser neutral, ascético, so pena de no tener luego derecho a reclamar nada. Fuere que uno crea que es el Gobierno el que nos conduce a un abismo, o que quien lo hace o hará es el rejuntado numéricamente mayoritario pero amorfo de la oposición, de hecho estamos obligados a optar por uno otro bando. Tal vez no sea una opción fácil para discernir, pero por lo menos pasa algo que motiva. Cuando esto no ocurrió, como en la última década de plomo o durante la última década liberal, ya sabemos cómo terminaron las cosas.

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