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//29 de Julio, 2010 |
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por
carlosfernandez a las 08:00, en
Politica Nacional |
Hay quienes fingen en el sexo y otros adulteran el
ADN, pero siguen siendo los mismos. Porque uno abre la boca y se desnuda. Aún
quedándose callado uno también se desnuda, porque el silencio revela qué es lo
que se calla. Los que todavía usan máscaras ya no pueden ocultarse: Ni Dios
disfrazado de diablo o éste disfrazado de Dios engañan a nadie. Si hasta los
periodistas y los medios están viéndose obligados a sincerarse; tal vez porque
se están dando cuenta que cuanto más mientan más se sinceran ante el público,
ya que la mentira una vez reconocible tiene el valor de una verdad.
Aunque todavía quedan, la hipocresía es hoy un
anacronismo ya superado. Momento vivo éste; compartimos una historia atravesada
por nosotros y descubrimos que el organismo social va dejando atrás pautas
culturales con fechas ya vencidas, y que por fin la política argentina está
comenzando a actuar a cara lavada. El debate del pasado miércoles 15 en el
Senado es una muestra de ello: No ganaron los pecadores, perdieron los
hipócritas.
En ese juego de opuestos, que fue una fiesta de la
palabra y del silencio legitimada en sus mentiras y en sus sinceramientos, la
sanción de la Ley
que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo terminó por exponer a
la sociedad tal como es, probando que “igualitario” ya no es un concepto
imposible.
La marcha convocada por la Jerarquía Católica
en contra de lo que ellos llaman
matrimonio gay fue sincera: Expuso su pensamiento sin hipocresía. Y lo mismo
sucedió en el Senado. Eso es bueno: Prueba que comienza
a haber en la sociedad un rasgo virtuoso,
que es cada vez más rápido el ejercicio de sinceramiento en que estamos todos
involucrados. Se está viendo, escuchando, participando de discusiones que
consiguen transparentar nuestros más profundos sentimientos, ideas, prejuicios,
intereses, egoísmos, fraternidades y desprecios. Y ese es un extraordinario
hecho político, ya que provoca y seguirá provocando en cada uno de nosotros, y
en los grupos más diversos, discusiones, tensiones y enfrentamientos
dialécticos. Cada uno de los temas que se ponen en escena, sea por parte del
gobierno, del Congreso, de los opositores, de organizaciones religiosas,
laborales, económicas o académicas, suscitan un sano alboroto de reacciones que
generan contradicciones y hasta antagonismos. Del debate entre contrarios
surgirá la aprobación o el rechazo, y eso es política. De esto se trata la
política cuando está viva, porque cuando está muerta, sepultada por el
terrorismo de Estado o el pensamiento único, sólo provoca en el pueblo una
callada resignación que lo somete a un falso y estéril apaciguamiento.
Desde este punto de vista, la sanción de la Ley de matrimonio entre personas del mismo sexo no es una noticia, es un notición. Porque, si se la ve con ojos de la
cotidianidad mayoritaria, la sanción de la ley simplemente legalizó una
obviedad, pero si se la aprecia desde los derechos civiles de las parejas
homosexuales sus alcances son importantísimos. Pero además, aun cuando a la
pregunta de para qué le sirve esta Ley a los pobres, a los excluidos, a los
desocupados o negreados y otros etcéteras, quizá la primera respuesta que surja sea “para nada”,
pero es atinado recordar que, cuando una minoría relegada conquista derechos,
las mayorías se ubican un poco más cerca de alcanzar los suyos. Por otra parte,
si se la valora teniendo en cuenta que el principal derrotado es un factor de
poder que se creía simbólica y concretamente impune, que maneja esa simbología
a través de una influencia de nexos profundos con los poderes políticos y
económicos a nivel nacional y mundial, lo sucedido el pasado miércoles en el
senado es auspicioso, porque cada vez que una vaca sagrada pierde aumentan las
chances de que se acerque la justicia.
A ese
respecto, es acertado afirmar que ganaron la democracia, las libertades
individuales, el civilismo y hasta la modernidad. Eso es formalmente correcto y
bienvenido, pero falta decir lo elemental, destacar que esos vencedores lo
fueron porque hubo un vencido, y ese vencido no es otro que la Iglesia Católica,
o más precisamente la
Jerarquía Eclesiástica
y sus cínicos aliados de moral indefendible. Y esta es una derrota mucho más fuerte que la de hace
más de veinte años, cuando la ley de divorcio, porque aquello se caía por su propio
peso ridículo, dicho esto sin quitarle méritos al alfonsinismo. Tampoco es
comparable a la derrota sufrida por el oficialismo por la 125, porque aquello,
lo de Cobos y su famoso voto no positivo, fue un episodio circunstancial,
contrastable con el devenir político y susceptible de ser revertido, como que
lo fue, mientras que lo de estos días, el matrimonio homosexual convertido en
ley, marca un quiebre sin retorno, inmodificable. Un adelanto definitivamente
histórico a partir del cual muchos dirán: “Ahora los
homosexuales tienen el mismo derecho que nosotros”. Pero también puede pensarse
de otra manera y decir: “Ahora todos podemos, si queremos, casarnos
con una persona de distinto sexo, o con una del mismo, o con nadie”.
Los
argentinos tenemos un derecho más. Y eso es buenísimo. Y más bueno es porque el vencido se llama ideológica medieval, dogmatismo, intolerancia,
represión. |
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//20 de Julio, 2010 |
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por
carlosfernandez a las 01:36, en
General |
Durante mucho tiempo, la vida real fue lo que se oponía a la ficción. La vida real era la que vivían las personas, mientras la ficción era lo que actuaban los actores o contaban los escritores. Así, primero el teatro y la literatura, luego el cine y más recientemente la televisión, se ocuparon y se ocupan de la ficción en un abanico tan amplio y diverso como para ir desde La odisea a Terminaitor y desde Romeo y Julieta a Rolando Rivas taxista. Hay una larga tradición filosófica y religiosa que insta a los artistas y políticos a mostrar como “real” aquello a lo que se aspira. Al insistir en que “la familia” es un hombre, una mujer y los hijos que procreen, muchas personas viven dentro de esa tradición. La vida real no les devuelve ese espejo, pero al definir la familia como aquello que según ellos debería ser, permanecen fieles a sus ideales. Son, efectivamente, idealistas. El problema con esos sectores, cuando son dogmáticos, fundamentalistas y consecuentemente intolerantes, es que suelen poner en pugna la ficción con la vida real desde la perspectiva de que una ficción, para seguir funcionando como tal, nunca debe ser interferida, y así ellos poder no sólo continuar viviendo como desean, sino además obligar al resto a vivir como ellos creen que se debe vivir. Pero claro, para que su ficción funcione, no debe haber vida real a su alrededor y entonces combaten a quienes por el solo hecho de existir ponen en duda o desmienten esa ficción. No hace falta que nadie los ataque: la vida misma es la que pone en peligro su ficción. La ley de matrimonio igualitario viene a decir que para la mayoría de los Argentinos, representada en el Congreso, la vida real y la ficción se imbrican de otros modos, y que este “cambio de paradigma” del que se está hablando significa, antes que nada, que nuestras nociones de la vida real y la ficción han cambiado, que percibimos la vida real, la nuestra, esa que vivimos en contacto con las de quienes nos rodean, de una manera mucho más humana y frontal que la que precedió. Si la jerarquía eclesiástica pretendía que su posición tuviera eco, que fuera aceptada, ¿por qué no puso a sus mejores “cabezas” a expresar argumentos y razones? En lo personal no escuché manifestaciones en contra de a Ley que no fueran estrictamente religiosos, o más precisamente “eclesiásticos”. No hubo en esas argumentaciones elementos jurídicos, sociológicos, psicológicos, culturales, antropológicos ni nada que se le parezca. La cúpula de la iglesia católica, con Bergoglio a la cabeza, sólo vociferó palabras llenas de iracundia y profirió condenas y amenazas. Un obispo comparó a los homosexuales con el Diablo, otro dijo que “esta ley pone en riesgo el futuro de la Patria” y otro más llegó a decir que se descargaría “sobre todos nosotros la guerra de Dios”. ¿De quién estaban hablando?¿En qué estaban pensando? Hablaban del matrimonio igualitario, no hacía falta ninguna guerra, solo era necesario reconocer los hechos, aceptar la realidad y a partir de allí entablar un diálogo profundo y civilizado; pero, según parece, sumando las palabras “Diablo”, “guerra” y “Dios”, se obtiene una especie de afrodisíaco para legionarios impotentes. De ese modo, una vez más y como viene sucediendo desde hace siglos, la jerárquica eclesiástica priorizó la subjetividad de sus dogmas, los antepuso a la realidad y, con el fanatismo propio de los intolerantes, objetó la diversidad oponiéndose a los gritos. Así, solo atinó a gritar cada vez más fuerte… y perdió. Creo que gran parte de esta “derrota” de la Iglesia estuvo en sus propias filas, en haber elegido la vía del dogmatismo a ultranza y ejercido la confrontación y no el diálogo. Si se hubiera aprendido de la historia, la lejana y la presente, a lo mejor los obispos hubieran optado por otro camino y elegido otros voceros. Creo que ellos mismos parecen haber decidido perder esta guerra que nadie les declaró. Y ahora, claro, hay un problema, porque en la madrugada del miércoles el Senado, por 33 votos de los “infieles y paganos” contra 27 de los modernos Cruzados, se sancionó “una ley inspirada por Lucifer”, y cuando la malvada Presidenta vuelva de China y la promulgue, listo: Se terminó la “guerra” que según aquel Obispo declararía Dios sobre todos nosotros. ¿O sea que Dios perdió otra guerra? A mí me parece que nó. Que en esto, como en muchas otras cosas, Dios no tuvo nada que ver. Que el matrimonio igualitario es ley porque así lo dispuso una mayoría parlamentaria por medio de la política, que es la práctica consagrada a administrar la vida real y no la ficción que se le oponía. Los conservadores quedaron expuestos en su reacción de-sesperada por defender, amparados en una presunta “ley natural”, una construcción cultural montada sobre un hecho biológico como es “la familia”. Los progresistas, en cambio, propugnaron y lograron este cambio de paradigma plasmado en una Ley que sin duda tiene una innegable relación con la vida real. Porque los hombres, las mujeres y los niños que esta ley defiende, ya existían desde mucho antes de que esta Ley se sancionara; están presentes entre nosotros y participan de nuestras vidas reales y sabemos que su existencia no pone en peligro nada. Que los derechos que la ley les otorga no conculca ningún otro derecho para ellos ni para nadie. Que en todo caso evidencia que la diversidad es uno de los núcleos del nuevo paradigma. Y sobre todo, demuestra que la bandera de la diversidad no le pertenece a un partido, ni a una ideología politica ni a esta o aquella orientación religiosa, sino que flamea libre y airosa a favor de un nuevo viento que sopla en esta dirección, mal que les pese a ciertos católicos cada vez más alejados del verdadero cristianismo. Mientras tanto, la “perversa” Presidenta Cristina, estando en China, al enterarse de la sanción de la Ley sostuvo que: “Ha sido un triunfo de la sociedad”, y agregó: “algunos de los que hoy están en contra de esta Ley, con el paso del tiempo se van a dar cuenta que estuvieron equivocados, porque estas cosas toman perspectiva con el paso del tiempo. Si uno piensa que hace 58 años yo no hubiera podido votar y hoy soy Presidenta, o que antes no podía haber matrimonios interraciales, que hasta hace poco se discriminaba a las personas por el color de su piel y que divorciarse era pecado, y que mucha gente que en su momento estuvo a favor de esas cosas ahora se arrepiente y hasta siente vergüenza de ello, entonces uno comienza a comprender alguna cosas. Por eso hay que tomarlo con mucha naturalidad, sin dramatismos, sin enfrentamientos. Esto no es una guerra, al contrario es la paz que nos iguala a los diferentes. Es un hito más en el camino hacia la ampliación de los derechos civiles, es otorgarle a todas las personas el derecho que tiene cada cual a ejercer una opción de vida”… “Se pretendió encubrirlo como una cuestión religiosa, pero es estrictamente social. Se trata, simplemente, de reconocer a alguien que ha elegido tener una sexualidad que no es la de la mayoría de la sociedad, pero que es parte de esta sociedad” Simultáneamente y de manera casual, por estos dias visita Buenos Aires Baltasar Garzón, un señor que sabe mucho de guerra santa. Porque no investigó sólo a Pinochet, la ETA, los narcos gallegos y los parapoliciales de España. También investigó a los fundamentalistas. Y en uno de sus libros, “Cuento de Navidad”, los define por sus objetivos: “imponer un Estado teocrático sobre la Tierra”, y explica que la forma de lograr esa meta sería la guerra santa. Garzón sin dudas tiene autoridad para hablar de guerras santas. España y la Argentina las sufrieron. Un destino común feo, pues tanto aquí como allá el Estado terrorista fue bendecido como instrumento de guerra santa por la jerarquía de la Iglesia Católica. Y este es otro tema que Garzón conoce muy bien. Cuando en 2008 presentó otro de sus libros, “El alma de los verdugos”, dijo que la mayoría de los obispos argentinos “estaba en sintonía con el estamento militar en la lucha contra el comunismo y la eliminación de las malas hierbas que, según ellos, perturbaban la pureza cristiana de Argentina”. En estos días tambien pasó por la Argentina Benigno Blanco Rodríguez, ex secretario de Estado de José María Aznar y presidente del Foro Español de la Familia. Este católico militante, activo dirigente del nacionalcatolicismo, llamó a los católicos argentinos a movilizarse aquí como en España, y dijo que “hay un consenso sobre lo posible que es a lo que se llega en cada situación o época; pero si ese consenso posible no es el óptimo moral, hay que seguir trabajando para lograr un consenso sobre lo mejor”. También habló de lo que califica como “la nueva intransigencia totalitaria de los presuntamente transigentes”, que él lama “laicismo sonriente”; o sea que los laicistas, aunque sean democráticos, son totalitarios: Sonríen de puro fallutos. ¿La “guerra de Dios”, entonces, será contra la sonrisa? Si es así, habría que avisarle a Garzón que se quede serio, pues bastantes problemas tiene ya en España. Y a Cristina. Para que siga siendo soberbia y autoritaria, no vaya ser cosa que se le ocurra comenzar a ser simpática y sonreír sólo para caerle bien a Hugo Biolcati, a Cecilia Pando y a Monseñor Bergoglio.
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