Escribe Emir Sader*
Cuando Fernando Henrique Cardoso triunfó, en 1994, el
entonces principal periódico de Brasil, Folha de Sao Paulo, pasó a publicar un
suplemento diario con el título "La Era FHC".
Después de la dictadura militar, de José Sarney -originario
de la misma dictadura y elegido por el voto indirecto de un Colegio Electoral-
y de Fernando Collor de Mello -igualmente originario de la dictadura militar,
tumbado por un impeachment por corrupción- la llegada de Cardoso -originario de
la oposición a la dictadura, con un perfil intelectual, político y cultural de
primer mundo- justificaban, a los ojos de los medios, el ingreso de Brasil en
una nueva era.
Nada de eso ocurrió con Cardoso, que repitió en Brasil,
monótonamente, las recetas del FMI y del Banco Mundial.
Su perfil intelectual lo diferenciaba de Menem -la
diferencia entre vino francés y pizza con champán- pero el contenido de las
políticas era el mismo.
Tuvieron destino similar: reelección en base al impulso del
control de la inflación, pero incapacidad de elegir a su sucesor, porque han
terminado el mandato en medio de una gran crisis recesiva y con bajísima
popularidad.
Cardoso fue sucedido por un personaje político radicalmente
distinto de él, a quien él había derrotado dos veces: Lula.
Oriundo del nordeste brasileño, obrero de fábrica que perdió
un dedo de la mano en una máquina, líder sindical de base en la lucha contra la
dictadura militar, dirigente de un partido de izquierda (PT), Lula ganó
finalmente una elección presidencial en 2002, cercado de previsiones
catastróficas sobre su capacidad de manejar las riendas de un país económica y
políticamente complejo.
Ocho años después, ese tornero mecánico socialista -como él
se autodefinió esta semana en su provincia natal, Pernambuco- concluye su
mandato con el 83 por ciento de apoyo y el 4 por ciento de rechazo, a pesar de
tener -exactamente al contrario de Cardoso- toda la vieja prensa en su contra.
Asimismo, basado en ese apoyo, logra lo que ningún otro
presidente brasileño había logrado en su historia democrática: elegir a su
sucesor(a).
¿Termina así lo que podríamos llamar -con mucha más
propiedad- la Era Lula? Sí y no.
Sí, porque deja de ser presidente de Brasil el -de lejos- más
popular presidente que ha tenido ese país, con todo lo que ello representa de
presencia política, humana, de expresión de una trayectoria impresionante que
lo llevó de la miseria extrema al liderazgo indiscutido de su nación y a una
proyección internacional que nunca un dirigente político brasileño había
tenido.
Sin embargo, por haber escogido como candidata a la
coordinadora durante los últimos cinco años de un éxito extraordinario de su
gobierno y haberla elegido como primera mujer presidente de Brasil, en términos
políticos se puede decir que la Era Lula sigue en el Post Lula.
Porque el Post Lula es Dilma y da continuidad a las líneas
fundamentales de su gobierno.
El Brasil que Lula deja para su sucesora es, por primera
vez, un país menos desigual, menos injusto, con una distribución de renta donde
la mayoría de la población ya no está en la base de la pirámide, sino en el
grupo intermedio.
Este fenómeno, por sí solo, ya bastaría para proyectar a
Lula como el más importante presidente brasileño desde Getúlio Vargas.
Brasil, el país más desigual de América latina que, a su
vez, es el continente más desigual del mundo, ha sido transformado
positivamente.
Lula dejará una huella imborrable en la sociedad brasileña,
no solamente por las trasformaciones que su gobierno ha implementado, sino por
demostrar que un hombre de origen popular puede llegar a conducir de forma
espectacular un país, unificarlo y representar su identidad de forma pluralista
y policlasista.
Hoy se puede decir que es infeliz el brasileño que no se
identifique con Lula. Felizmente son pocos: apenas 4%.
*(Emir Sader es sociólogo y cientista, maestro en Filosofía
Política y Doctor en Ciencia Política de la USP - Universidad de San Pablo).