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//29 de Julio, 2010 |
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por
carlosfernandez a las 08:00, en
Politica Nacional |
Hay quienes fingen en el sexo y otros adulteran el
ADN, pero siguen siendo los mismos. Porque uno abre la boca y se desnuda. Aún
quedándose callado uno también se desnuda, porque el silencio revela qué es lo
que se calla. Los que todavía usan máscaras ya no pueden ocultarse: Ni Dios
disfrazado de diablo o éste disfrazado de Dios engañan a nadie. Si hasta los
periodistas y los medios están viéndose obligados a sincerarse; tal vez porque
se están dando cuenta que cuanto más mientan más se sinceran ante el público,
ya que la mentira una vez reconocible tiene el valor de una verdad.
Aunque todavía quedan, la hipocresía es hoy un
anacronismo ya superado. Momento vivo éste; compartimos una historia atravesada
por nosotros y descubrimos que el organismo social va dejando atrás pautas
culturales con fechas ya vencidas, y que por fin la política argentina está
comenzando a actuar a cara lavada. El debate del pasado miércoles 15 en el
Senado es una muestra de ello: No ganaron los pecadores, perdieron los
hipócritas.
En ese juego de opuestos, que fue una fiesta de la
palabra y del silencio legitimada en sus mentiras y en sus sinceramientos, la
sanción de la Ley
que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo terminó por exponer a
la sociedad tal como es, probando que “igualitario” ya no es un concepto
imposible.
La marcha convocada por la Jerarquía Católica
en contra de lo que ellos llaman
matrimonio gay fue sincera: Expuso su pensamiento sin hipocresía. Y lo mismo
sucedió en el Senado. Eso es bueno: Prueba que comienza
a haber en la sociedad un rasgo virtuoso,
que es cada vez más rápido el ejercicio de sinceramiento en que estamos todos
involucrados. Se está viendo, escuchando, participando de discusiones que
consiguen transparentar nuestros más profundos sentimientos, ideas, prejuicios,
intereses, egoísmos, fraternidades y desprecios. Y ese es un extraordinario
hecho político, ya que provoca y seguirá provocando en cada uno de nosotros, y
en los grupos más diversos, discusiones, tensiones y enfrentamientos
dialécticos. Cada uno de los temas que se ponen en escena, sea por parte del
gobierno, del Congreso, de los opositores, de organizaciones religiosas,
laborales, económicas o académicas, suscitan un sano alboroto de reacciones que
generan contradicciones y hasta antagonismos. Del debate entre contrarios
surgirá la aprobación o el rechazo, y eso es política. De esto se trata la
política cuando está viva, porque cuando está muerta, sepultada por el
terrorismo de Estado o el pensamiento único, sólo provoca en el pueblo una
callada resignación que lo somete a un falso y estéril apaciguamiento.
Desde este punto de vista, la sanción de la Ley de matrimonio entre personas del mismo sexo no es una noticia, es un notición. Porque, si se la ve con ojos de la
cotidianidad mayoritaria, la sanción de la ley simplemente legalizó una
obviedad, pero si se la aprecia desde los derechos civiles de las parejas
homosexuales sus alcances son importantísimos. Pero además, aun cuando a la
pregunta de para qué le sirve esta Ley a los pobres, a los excluidos, a los
desocupados o negreados y otros etcéteras, quizá la primera respuesta que surja sea “para nada”,
pero es atinado recordar que, cuando una minoría relegada conquista derechos,
las mayorías se ubican un poco más cerca de alcanzar los suyos. Por otra parte,
si se la valora teniendo en cuenta que el principal derrotado es un factor de
poder que se creía simbólica y concretamente impune, que maneja esa simbología
a través de una influencia de nexos profundos con los poderes políticos y
económicos a nivel nacional y mundial, lo sucedido el pasado miércoles en el
senado es auspicioso, porque cada vez que una vaca sagrada pierde aumentan las
chances de que se acerque la justicia.
A ese
respecto, es acertado afirmar que ganaron la democracia, las libertades
individuales, el civilismo y hasta la modernidad. Eso es formalmente correcto y
bienvenido, pero falta decir lo elemental, destacar que esos vencedores lo
fueron porque hubo un vencido, y ese vencido no es otro que la Iglesia Católica,
o más precisamente la
Jerarquía Eclesiástica
y sus cínicos aliados de moral indefendible. Y esta es una derrota mucho más fuerte que la de hace
más de veinte años, cuando la ley de divorcio, porque aquello se caía por su propio
peso ridículo, dicho esto sin quitarle méritos al alfonsinismo. Tampoco es
comparable a la derrota sufrida por el oficialismo por la 125, porque aquello,
lo de Cobos y su famoso voto no positivo, fue un episodio circunstancial,
contrastable con el devenir político y susceptible de ser revertido, como que
lo fue, mientras que lo de estos días, el matrimonio homosexual convertido en
ley, marca un quiebre sin retorno, inmodificable. Un adelanto definitivamente
histórico a partir del cual muchos dirán: “Ahora los
homosexuales tienen el mismo derecho que nosotros”. Pero también puede pensarse
de otra manera y decir: “Ahora todos podemos, si queremos, casarnos
con una persona de distinto sexo, o con una del mismo, o con nadie”.
Los
argentinos tenemos un derecho más. Y eso es buenísimo. Y más bueno es porque el vencido se llama ideológica medieval, dogmatismo, intolerancia,
represión. |
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//20 de Julio, 2010 |
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carlosfernandez a las 01:36, en
General |
Durante mucho tiempo, la vida real fue lo que se oponía a la ficción. La vida real era la que vivían las personas, mientras la ficción era lo que actuaban los actores o contaban los escritores. Así, primero el teatro y la literatura, luego el cine y más recientemente la televisión, se ocuparon y se ocupan de la ficción en un abanico tan amplio y diverso como para ir desde La odisea a Terminaitor y desde Romeo y Julieta a Rolando Rivas taxista. Hay una larga tradición filosófica y religiosa que insta a los artistas y políticos a mostrar como “real” aquello a lo que se aspira. Al insistir en que “la familia” es un hombre, una mujer y los hijos que procreen, muchas personas viven dentro de esa tradición. La vida real no les devuelve ese espejo, pero al definir la familia como aquello que según ellos debería ser, permanecen fieles a sus ideales. Son, efectivamente, idealistas. El problema con esos sectores, cuando son dogmáticos, fundamentalistas y consecuentemente intolerantes, es que suelen poner en pugna la ficción con la vida real desde la perspectiva de que una ficción, para seguir funcionando como tal, nunca debe ser interferida, y así ellos poder no sólo continuar viviendo como desean, sino además obligar al resto a vivir como ellos creen que se debe vivir. Pero claro, para que su ficción funcione, no debe haber vida real a su alrededor y entonces combaten a quienes por el solo hecho de existir ponen en duda o desmienten esa ficción. No hace falta que nadie los ataque: la vida misma es la que pone en peligro su ficción. La ley de matrimonio igualitario viene a decir que para la mayoría de los Argentinos, representada en el Congreso, la vida real y la ficción se imbrican de otros modos, y que este “cambio de paradigma” del que se está hablando significa, antes que nada, que nuestras nociones de la vida real y la ficción han cambiado, que percibimos la vida real, la nuestra, esa que vivimos en contacto con las de quienes nos rodean, de una manera mucho más humana y frontal que la que precedió. Si la jerarquía eclesiástica pretendía que su posición tuviera eco, que fuera aceptada, ¿por qué no puso a sus mejores “cabezas” a expresar argumentos y razones? En lo personal no escuché manifestaciones en contra de a Ley que no fueran estrictamente religiosos, o más precisamente “eclesiásticos”. No hubo en esas argumentaciones elementos jurídicos, sociológicos, psicológicos, culturales, antropológicos ni nada que se le parezca. La cúpula de la iglesia católica, con Bergoglio a la cabeza, sólo vociferó palabras llenas de iracundia y profirió condenas y amenazas. Un obispo comparó a los homosexuales con el Diablo, otro dijo que “esta ley pone en riesgo el futuro de la Patria” y otro más llegó a decir que se descargaría “sobre todos nosotros la guerra de Dios”. ¿De quién estaban hablando?¿En qué estaban pensando? Hablaban del matrimonio igualitario, no hacía falta ninguna guerra, solo era necesario reconocer los hechos, aceptar la realidad y a partir de allí entablar un diálogo profundo y civilizado; pero, según parece, sumando las palabras “Diablo”, “guerra” y “Dios”, se obtiene una especie de afrodisíaco para legionarios impotentes. De ese modo, una vez más y como viene sucediendo desde hace siglos, la jerárquica eclesiástica priorizó la subjetividad de sus dogmas, los antepuso a la realidad y, con el fanatismo propio de los intolerantes, objetó la diversidad oponiéndose a los gritos. Así, solo atinó a gritar cada vez más fuerte… y perdió. Creo que gran parte de esta “derrota” de la Iglesia estuvo en sus propias filas, en haber elegido la vía del dogmatismo a ultranza y ejercido la confrontación y no el diálogo. Si se hubiera aprendido de la historia, la lejana y la presente, a lo mejor los obispos hubieran optado por otro camino y elegido otros voceros. Creo que ellos mismos parecen haber decidido perder esta guerra que nadie les declaró. Y ahora, claro, hay un problema, porque en la madrugada del miércoles el Senado, por 33 votos de los “infieles y paganos” contra 27 de los modernos Cruzados, se sancionó “una ley inspirada por Lucifer”, y cuando la malvada Presidenta vuelva de China y la promulgue, listo: Se terminó la “guerra” que según aquel Obispo declararía Dios sobre todos nosotros. ¿O sea que Dios perdió otra guerra? A mí me parece que nó. Que en esto, como en muchas otras cosas, Dios no tuvo nada que ver. Que el matrimonio igualitario es ley porque así lo dispuso una mayoría parlamentaria por medio de la política, que es la práctica consagrada a administrar la vida real y no la ficción que se le oponía. Los conservadores quedaron expuestos en su reacción de-sesperada por defender, amparados en una presunta “ley natural”, una construcción cultural montada sobre un hecho biológico como es “la familia”. Los progresistas, en cambio, propugnaron y lograron este cambio de paradigma plasmado en una Ley que sin duda tiene una innegable relación con la vida real. Porque los hombres, las mujeres y los niños que esta ley defiende, ya existían desde mucho antes de que esta Ley se sancionara; están presentes entre nosotros y participan de nuestras vidas reales y sabemos que su existencia no pone en peligro nada. Que los derechos que la ley les otorga no conculca ningún otro derecho para ellos ni para nadie. Que en todo caso evidencia que la diversidad es uno de los núcleos del nuevo paradigma. Y sobre todo, demuestra que la bandera de la diversidad no le pertenece a un partido, ni a una ideología politica ni a esta o aquella orientación religiosa, sino que flamea libre y airosa a favor de un nuevo viento que sopla en esta dirección, mal que les pese a ciertos católicos cada vez más alejados del verdadero cristianismo. Mientras tanto, la “perversa” Presidenta Cristina, estando en China, al enterarse de la sanción de la Ley sostuvo que: “Ha sido un triunfo de la sociedad”, y agregó: “algunos de los que hoy están en contra de esta Ley, con el paso del tiempo se van a dar cuenta que estuvieron equivocados, porque estas cosas toman perspectiva con el paso del tiempo. Si uno piensa que hace 58 años yo no hubiera podido votar y hoy soy Presidenta, o que antes no podía haber matrimonios interraciales, que hasta hace poco se discriminaba a las personas por el color de su piel y que divorciarse era pecado, y que mucha gente que en su momento estuvo a favor de esas cosas ahora se arrepiente y hasta siente vergüenza de ello, entonces uno comienza a comprender alguna cosas. Por eso hay que tomarlo con mucha naturalidad, sin dramatismos, sin enfrentamientos. Esto no es una guerra, al contrario es la paz que nos iguala a los diferentes. Es un hito más en el camino hacia la ampliación de los derechos civiles, es otorgarle a todas las personas el derecho que tiene cada cual a ejercer una opción de vida”… “Se pretendió encubrirlo como una cuestión religiosa, pero es estrictamente social. Se trata, simplemente, de reconocer a alguien que ha elegido tener una sexualidad que no es la de la mayoría de la sociedad, pero que es parte de esta sociedad” Simultáneamente y de manera casual, por estos dias visita Buenos Aires Baltasar Garzón, un señor que sabe mucho de guerra santa. Porque no investigó sólo a Pinochet, la ETA, los narcos gallegos y los parapoliciales de España. También investigó a los fundamentalistas. Y en uno de sus libros, “Cuento de Navidad”, los define por sus objetivos: “imponer un Estado teocrático sobre la Tierra”, y explica que la forma de lograr esa meta sería la guerra santa. Garzón sin dudas tiene autoridad para hablar de guerras santas. España y la Argentina las sufrieron. Un destino común feo, pues tanto aquí como allá el Estado terrorista fue bendecido como instrumento de guerra santa por la jerarquía de la Iglesia Católica. Y este es otro tema que Garzón conoce muy bien. Cuando en 2008 presentó otro de sus libros, “El alma de los verdugos”, dijo que la mayoría de los obispos argentinos “estaba en sintonía con el estamento militar en la lucha contra el comunismo y la eliminación de las malas hierbas que, según ellos, perturbaban la pureza cristiana de Argentina”. En estos días tambien pasó por la Argentina Benigno Blanco Rodríguez, ex secretario de Estado de José María Aznar y presidente del Foro Español de la Familia. Este católico militante, activo dirigente del nacionalcatolicismo, llamó a los católicos argentinos a movilizarse aquí como en España, y dijo que “hay un consenso sobre lo posible que es a lo que se llega en cada situación o época; pero si ese consenso posible no es el óptimo moral, hay que seguir trabajando para lograr un consenso sobre lo mejor”. También habló de lo que califica como “la nueva intransigencia totalitaria de los presuntamente transigentes”, que él lama “laicismo sonriente”; o sea que los laicistas, aunque sean democráticos, son totalitarios: Sonríen de puro fallutos. ¿La “guerra de Dios”, entonces, será contra la sonrisa? Si es así, habría que avisarle a Garzón que se quede serio, pues bastantes problemas tiene ya en España. Y a Cristina. Para que siga siendo soberbia y autoritaria, no vaya ser cosa que se le ocurra comenzar a ser simpática y sonreír sólo para caerle bien a Hugo Biolcati, a Cecilia Pando y a Monseñor Bergoglio.
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//16 de Julio, 2010 |
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invitado a las 04:44, en
General |
Escribe Gabriel Bencivengo
El obispo convocó a una marcha sobre el Congreso en alianza con procesistas y menemistas. La posición del Episcopado frente a temas como el divorcio y el proyecto aprobado en Diputados para instaurar el matrimonio entre personas de un mismo sexo es conocida y sus reacciones, previsibles. Tampoco debería sorprender la postura belicosa del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien no dudó en definir como “una guerra de Dios” la cruzada que lo ocupa por estos días, tras su impreciso y frustrado proyecto de darle coherencia a un frente político que sirva de oposición al gobierno nacional. “No se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios”, adoctrinó Bergoglio en una carta dirigida a los integrantes de la Orden de los Carmelitas Descalzos, horas antes de que un grupo de legisladores, a las apuradas y bajo presión, redactara y diera dictamen al proyecto de “unión civil” que reemplazó la “movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”, según calificó Bergoglio el proyecto por el matrimonio gay en la misiva que publicó el Boletín Eclesiástico. Los discursos y las apelaciones de Bergoglio, sin duda, ruborizan a muchos sacerdotes y comunidades que integran la Iglesia Católica y se esfuerzan, al igual que muchos laicos, por revertir la pesada herencia social que, con la complicidad de la inmensa mayoría del Episcopado, dejó la dictadura cívico-militar que arrasó el tejido económico, político y cultural del país. Ni qué hablar del rechazo que produce entre quienes adhieren, desde el seno mismo de la Iglesia, al Concilio del Vaticano II y a la reflexiones de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín en 1968. Ausente de tales cuestiones, horas después de su mensaje a la Orden de los Carmelitas Descalzos, Bergoglio redobló la apuesta y, jesuita al fin, se puso al frente de los soldados de Dios para convocar, a través del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal, a una marcha sobre el Congreso para el martes pasado. Tras definir el matrimonio heterosexual como un “bien de la humanidad”, les ordenó a párrocos, rectores de colegios católicos y capellanes que faciliten los medios para la concentración, punto culminante de una estrategia que pretende replicar ese mismo día en las diócesis de todo el país con sus respectivos obispos a la cabeza. En los hechos, Bergoglio no hizo más que reiterar, esta vez con un lenguaje bélico, lo que sostuvo durante el Tedeum paralelo que ofició en la Catedral Metropolitana el 25 de Mayo pasado. En esa ocasión, escudado en metáforas bíblicas, se refirió a la iniciativa como la “envidia del Demonio por la que entró el pecado al mundo”. Una vez más ausente del reclamo de las minorías, les señaló a Mauricio Macri y Francisco de Narváez, entre otros asistentes, que no era hora de “detenerse en opciones fijadas por intereses que no tienen en cuenta la naturaleza de la persona humana, de la familia y la sociedad”.
La cruzada de Bergoglio. Lejos del camino que trazaron los obispos Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Jorge Novak y Enrique Angelleli –por nombrar a los más notorios–, Bergoglio hunde sus raíces en las usinas del integrismo y el nacional-catolicismo que encumbraron a Juan Carlos Aramburu y Raúl Francisco Primatesta, dos cardenales que se negaron a proteger a las víctimas de la dictadura y que les cerraron las puertas a los organizaciones de derechos humanos. Una actitud siniestra que practicaron, incluso, cuando sus propios sacerdotes eran secuestrados, torturados, asesinados u obligados al exilio. Obviamente, Bergoglio no está solo en la cruzada. Obsesionado por consolidar un frente opositor, no duda en reclutar a las figuras más emblemáticas de los años noventa. Su “Contrato Social para el Desarrollo”, presentado en la Universidad del Salvador, fue coordinado por el ex ministro Roberto Dromi, y entre sus redactores y adherentes hay figuras que huelen a pasado, como Armando Caro Figueroa –promotor de la flexibilización laboral–, Horacio Jaunarena –defensor del Punto Final y la Obediencia Debida–, Roque Fernández –ejecutor del neoliberalismo local– y Andrés Delich –ex ministro de Educación de De la Rúa–. La ganancia empresaria, la autonomía del Banco Central y las retenciones son algunos de los temas sobre los que avanza el documento. Ni una palabra dice, en cambio, de los derechos humanos. Una omisión coherente con el solapado apoyo que buena parte del Episcopado brinda a la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, un lobby entre cuyos principales conductores revista Alberto Solanet. Compañero de tertulias de Cecilia Pando y hermano de Manuel –ex funcionario de Leopoldo Galtieri–, Solanet insistió en febrero pasado –desde las páginas de La Nación – en definir como una “guerra” la represión ilegal y pedir “una generosa ley de amnistía”. El objetivo lo comparte también Eduardo Duhalde y tiene como principal usina la Corporación de Abogados Católicos que preside Eduardo Bieule, para quien el matrimonio gay “sólo servirá para acentuar el proceso de desintegración moral en que nos encontramos sumergidos”. Entre los integrantes de la corporación figuran algunos de los socios del conservador Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, otra entidad con fuerte poder de lobby. Aunque menos conocida, otra agrupación que también revista en las filas de Bergoglio es la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (Acde). Su titular, Adolfo Ablático, opera para el cardenal en el terrenal mundo los negocios. En la tarea lo ayuda José Antonio Aranda, vocal de la entidad, pero más conocido por su participación accionaria en Grupo Clarín SA, la empresa madre del holding propiedad de Ernestina Herrera de Noble y que conduce Héctor Magnetto, integrante de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), representativa de los más concentrado de la economía local.
Hoy como ayer. Al igual que el grupo cívico-militar interesado en una amnistía, un importante sector del Episcopado considera el catolicismo como un elemento integrante de la Nación. Religión y Patria, como antes fueran Religión y Rey, es uno de sus estandartes. La visión, que rechaza los modelos posconciliares, se funda en el integrismo y el nacional-catolicismo. Aunque larvada, la doctrina sobrevivió al fin de la dictadura y emerge cada vez que las instituciones democráticas avanzan sobre cuestiones que la Iglesia como institución cree que le competen por mandato divino. Así ocurrió en 1986, cuando Raúl Alfonsín impulsó la ley de divorcio. Hoy, el Espiscopado demoniza la iniciativa por el matrimonio gay y a quienes la impulsan. Teñida de prejuicios, la supervivencia de la postura quedó patentizada en las palabras del obispo auxiliar de La Plata, Antonio Marino, quien aseguró la semana pasada que “según los estudios científicos, los homosexuales tienen hasta 500 parejas en la vida, padecen de más ansiedad, tienen más tendencias al suicidio y consumen con más frecuencia estupefacientes”. Ni siquiera el caso de Christian Von Wernich disparó en el Episcopado un debate sobre la responsabilidad institucional de la iglesia en los años de la dictadura. En los hechos, Bergoglio afirmó entre líneas que la difusión del siniestro accionar del ex capellán de la Policía Bonaerense de Ramón Camps era un ataque a la Iglesia en su conjunto. Una negativa coherente con la cerrada oposición que encontró monseñor De Nevares entre sus colegas del Episcopado cuando, en los años de plomo, propuso formalmente la creación de una vicaría para atender las solicitudes de las víctimas de la represión ilegal. Las nuevas estructuras parentales son una realidad y seguirán su curso. Atada al pasado, la cúpula de la Iglesia Católica se resiste tan siquiera a considerar que las leyes retrógradas nada cambiarán, sea cual sea la opinión de los exégetas de Dios.
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//09 de Mayo, 2010 |
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invitado a las 15:59, en
General |
Por Gerardo Yomal
Un paso más en el camino hacia un país más justo e
igualitario, que respete los derechos humanos y civiles de todas las personas,
sin importar sus deseos sexuales o amorosos. Con 126 votos a favor, 110 en
contra y cuatro abstenciones, ahora queda el Senado.
Se caen las vacas sagradas. Una de ellas que se presenta
como la matriz de la sociedad argentina, la madre protectora, la que pretende
meterse en la cama de todos los argentinos, me estoy refiriendo a la mayoría de
la jerarquía eclesiástica católica, ha perdido poder.
Eran intocables, no se dignaban a dar un reportaje a ningún
periodista salvo a uno solo, que más que periodista algunos en nuestro gremio
interpretan que oficia de vocero disfrazado.
El cardenal primado de la Iglesia Argentina
no se digna a dar una conferencia de prensa. Está por encima de los mortales.
Construyeron un poder simbólico que los pretendía más cerca de dios que de los
hombres. Entonces inflaron un globo de que nada podía cambiar el país sin la
venia de la Iglesia.
Y parece que se puede: la Cámara de Diputados aprueba el matrimonio
homosexual. Parece Argentina año verde.
¿Pasó algo? ¿Se derrumbó el Obelisco? ¿Estaremos todos
castigados? ¿No se nos dará postre después de cenar? ¿Qué podrá pasar? ¿Tenes
miedo que la Iglesia
nos sancione?
No fue hace un siglo: el periodista José “Pepe” Eliaschev
hace una encuesta televisiva en relación a la importancia del tamaño del pene y
el presidente de la bancada radical de diputados, Cesar Jaroslavsky, inició
querella contra Argentina Televisora Color “por atentado al pudor”. ¿Te acordás del Congreso Pedagógico en la época de Raúl
Alfonsín que la Iglesia
boicoteó?
Están pasando cosas interesantes en nuestro país, que
incluso superan a determinados dirigentes políticos. ¿Por qué no ir por más y
pelear por la legalización del aborto y que se puedan hacer en hospitales
públicos?
Tres dirigentes políticas con representatividad, la
presidenta Cristina Fernández, Elisa Carrió y Gabriela Michetti, las tres
católicas convencidas, están en contra.
Sin embargo la política actual, la coyuntura que vive el
oficialismo, hace que estén dispuestos a jugarse en temas que antes no lo
harían. ¿Por convicción? No tanto. Más bien por pragmatismo. Por saberse ubicar
en el lugar correcto y no quedar superados por la historia.
Reitero: después que Diputados sancionó el matrimonio gay se
cayó el poder simbólico del cardenal Jorge Bergoglio. Entre situaciones antes
impensables el cardenal primado se sintió obligado a escribir un libro para dar
su versión sobre las denuncias que viene haciendo el periodista Horacio
Verbitzky sobre su participación durante la dictadura.
Cierta jerarquía está a la defensiva, tienen pies de barro.
No tienen el poder que se suponía y que ellos se encargaban de agrandar. No son
intocables.
La sanción del casamiento homosexual es un símbolo de que
muchas más cosas pueden cambiar.
Es verdad que falta el voto del Senado, reducto conservador
por excelencia. En ese sentido una fuente de mi confianza me contaba que tanto
algunos senadores y un integrante masculino de la Corte Suprema
afirmaban: “no vale la pena pelearse por estos putos…”
Una parte importante de nuestra sociedad ha dicho que sí:
vale la pena. |
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Corriente-PUCARA
ESTAMOS AQUÍ PARA DECIR LO QUE ALGUNOS SABEN Y NUNCA DICEN-LO QUE MUCHOS SABEN Y POCOS DICEN Y LO QUE TODOS SABEN Y TODOS CALLAN
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