Tal como ocurriera
en otras partes del mundo, por ejemplo durante el paradigmático Juicio de
Nuremberg, hoy en Argentina se está enjuiciando a militares ya ancianos por
crímenes que cometieron en su juventud.
Hubiera sido mejor juzgarlos cuando todavía eran militares en actividad, jóvenes, en la plenitud de su vigor físico y
capacidad intelectual y no ahora ya ex
militares degradados y viejos. Pero se tardó demasiado, el tiempo ha cargado de
edad a los culpables y al verlos ancianos no faltan quienes se sienten tentados
a compadecerlos. Es por eso que cuando
Antonio Bussi se descompuso en el juicio en Tucumán, o cuando a Martínez
de Hoz, presuntamente enfermo, se lo vio siendo trasladado a la comisaría en
una camilla, muchos acaso tuvieron conmiseración por esos viejos desvalidos y decrépitos. Pero no hay que
destinar la piedad erróneamente. Porque hoy no se juzga a unos viejecitos
maltrechos, sino a militares que cuando mataban por afuera de la Ley eran adultos, lúcidos,
fuertes; patriotas y sobre todo cristianos, según decían, y que sin embargo no
ejercieron con sus jóvenes cautivos ese humanismo que hoy a ellos los protege.
La edad por si sola no limpia las almas desalmadas. Las
víctimas muertas no envejecen, y las víctimas vivas no dejan de seguir
doliéndose. Por eso esa clase de piadosa solidaridad es errónea, y además
ofensiva para tantas víctimas que debieron pasar por los peores suplicios antes
de ser condenadas a muerte sin juicio alguno. Hay que tener cuidado con
permitirse el lujo de la piedad sin anteponer la impiedad original de los
culpables.
Lo que hoy sucede en la Argentina, como sucedió en Nuremberg, es la consecuencia de un sarcófago largo
tiempo cerrado pero latente en su reclamo de ser abierto porque contiene algo
que lo excede y no se soporta. Y al ser
abierto de él salen pretéritos y repugnantes aires descompuestos, y como no nos
gusta respirar esos aires nauseabundos, es entonces que por ahí se plantea esa
duda acerca de si el olvido no es mejor remedio que la memoria; o que ya no
viene al caso juzgar a represores y torturadores ya longevos, cuando apenas son
un retazo de vida sin peligro, aunque cuando jóvenes hayan desencadenado la más
espantosa hecatombe de nuestra historia.
Así como se exhuman cadáveres para exhumar las pruebas que
descubran a sus homicidas, así se exhuman culpables escondidos entre los
expedientes de una burocracia judicial distraída y cómplice con la anuencia de
una parte de la sociedad elusiva que pretende absolverse inmerecidamente a sí
misma y el silencio cínico de los grandes medios que se auto indultan ocultando
un pasado que también los compromete.
Hoy, casi un centenar de acusados o culpables de torturas y
genocidio como Etchecolatz, Von Wernich, Videla, Bussi, Menéndez y muchos otros, están presos en cárceles o en
sus domicilios, aunque en ambos casos y en razón de su avanzada edad, son
asistidos por sus familiares y una pléyade de médicos y enfermeras como si fueran simples abuelitos acreedores
de afecto y dignos del mejor de los cuidados.
El reactualizado ex coronel Sarmiento es el padre de la
jueza que se hizo famosa por el escándalo Redrado y que curiosamente siguió el
oficio de ejercer el Derecho que su padre abolió para matar a mansalva. Hoy el
coronel está en esa etapa en que la vida le vive cada vez más despacito, pero
hace treinta años era conocido como el “Rey de la picana” y era él quien
cancelaba otras jóvenes vidas mediante tormentos y balas. Cualquier ser humano
que no esté hecho de hielo siente alguna compasión por un viejecito inerme. Y
por más que se imaginen su rostro y su maldad cuando era joven, prevalece la
lástima ante su situación de ocaso y de caída.
También Ernestina
Herrera de Noble, con sus años, físicamente vulnerable y en vísperas de ser
abuela, puede producir una reacción piadosa. Pero no surge de ella ninguna
compasión cuando apela a su enorme poder y a toda clase de argucias judiciales
para ampararse de sospechas o de culpas, mientras Martínez de Hoz, ideólogo y
comandante civil de de la
Dictadura Militar,
mentor y principal ejecutante de una política económica que entregó el País a las multinacionales, se
hace ver enfermo y por lo tanto imposibilitado de confesar sus culpas.
Por eso no viene mal hacer un ejercicio al revés ante las
viejecitas o viejecitos en trance de pagar por sus delitos. Nadie quisiera
dañarlos físicamente. Sólo se intenta no dañar históricamente a los que estos
personajes impidieron seguir siendo jóvenes, o ser jóvenes pero sin identidad
genuina, o ni siquiera llegar a ser jóvenes a causa de la diarrea infantil.
Porque recién mucho después del padecimiento de aquellos que nunca llegaron a
viejos, viene este viejo coronel ya viejecito cargado de crímenes, y más de
treinta años después del robo de niños y de de la implementación de una
política económica cruelmente devastadora, vienen la anciana dueña de Clarín y
el desvalido ex ministro de Videla a pretender inspirarnos compasión.
Hace treinta años, militares como
los que hoy están pasando por la justicia, se esmeraban en robustecer el verbo
“aniquilar”, desafortunadamente incluido en el desafortunado decreto del
entonces presidente Luder. Y lo enriquecían por cuenta propia, realizando con
sumo esmero vejaciones, tormentos, violaciones, submarinos, secuestros de
bebés, vuelos de la muerte y otras
“especialidades” recientemente aprendidas en la Escuela de las Américas. Y
aunque todavía hay gente que piensa que por tanta dedicación mortal en nombre
de la patria y de Cristo se merecen un panteón, por ahora están siendo juzgados
como criminales y es posible que se los condene, porque por más viejecito que
sea un culpable de crímenes o de acciones atroces, mientras esté vivo debe dar
cuenta de los muertos que se amontonan en su historia.