Cobos terminó su ingloriosa carrera porque no pudo superar la improvisación permanente, porque no se dirigió nunca a ninguna parte, y porque sólo puede ser un héroe de 30 segundos.
Si hubiera que responsabilizar a Néstor Kirchner de alguna grave metida de pata, de un error con consecuencias en la conformación del tablero político nacional, la designación de Julio “Cleto” Cobos sería la gafe mayor. Es cierto que Cristina Fernández también aceptó a Cleto, pero lo hizo sin entusiasmo. Después de todo sólo debía agitar la campanilla en el Senado. Y como en la división interna del trabajo Néstor estaba a cargo del armado político, su punto de vista terminó prevaleciendo. De modo que entregó la vicepresidencia a un hombre de méritos vidriosos, ya que Cobos practicó siempre idéntica estrategia: avanzar sin mayores consideraciones, un pragmático de la vieja escuela radical.
Cuando Cobos descubrió que la gobernación de Mendoza era un techo difícil de traspasar, al menos en lo inmediato, desde la limitada plataforma de la UCR, no tuvo ningún inconveniente en sumarse al primer proyecto que le permitiría crecer. Y por esa vía devino coequiper de Cristina, porque trepaba otro escalón con la simple martingala de transformarse en radical K. En el clásico juego de la silla, obtuvo una de las dos posiciones más restallantes, mientras esperaba la oportunidad de ir por todo. El conflicto campero, que explotó en los inicios de 2008, le sonrió con insistencia y Cleto volvió a hacer lo que mejor sabe: sacar ventaja en el cortísimo plazo. Y por un instante las luces de todos los flashes se dispararon sobre su esmirriada figura, y un político sin mayores fulgores alcanzó la tapa de diarios y revistas; había nacido el cobismo, se trataba de saber cuánto duraría.
Conviene no equivocarse, la evolución del conflicto campero no dependió en ninguna medida del comportamiento de Cleto. Si en lugar de cambiar de cancha hubiera conservado la vertical, nada se hubiera modificado sustantivamente. Es imposible imponer normas impositivas que no gocen de un cierto consenso. Y la 125 –desde el momento en que compactó a los productores tras la bandera del rechazo– no era precisamente una excepción. Pero una cosa es la paliza campera que sufrió el gobierno, y otra ver cómo la movilización ingresa en el propio territorio político arrasándolo. Dos personajes jugaron un papel central en esa lógica evolutiva: Felipe Solá y Cobos, y ambos están curiosamente mal posicionados de cara a 2011; vale la pena preguntarse el por qué.
La dinámica social y la lógica económica hicieron lo suyo. Por eso Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, más allá de quién las gobernara, votaron en bloque contra el proyecto oficial. El gobernador que no se plegara corría el serio riesgo de ser desbordado, y ninguno lo intentó. No se trató de convicciones profundas, ni una especie de crítica solapada a una política agraria de patas cortas, los tres sabían que enfrentar la marea equivalía a desaparecer y se plegaron con bombos y platillos, parecía que resistir la 125 era el camino para jugar en las grandes ligas, terminaría siendo una ilusión.
EL CASO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES. El único gobernador que actuó según la complejidad de su propio territorio fue Daniel Scioli. En la provincia funcionan dos lógicas en simultáneo: la de la Pampa Húmeda (traccionada por los precios del mercado mundial, en medio de una gigantesca burbuja financiera que infla precios), y la actividad industrial vinculada al mercado interno. Felipe Solá asumió la representación directa de una, dejando en manos el gobernador el problema superior: empalmar ambas. Por cierto que no fue Scioli quien quedara a cargo de tan complejo asuntillo, pero el gobernador enfrentó a Solá, impidiendo que el gobierno nacional cayera durante la hemorragia parlamentaria. Scioli frenó a Solá, y al frenarlo evitó el derrumbe de Cristina Fernández. Ese fue y ese es el corazón de su capital político: resistir cuando hace falta, no plegarse a la inmediatez, apostando a que el gobierno nacional terminaría resolviendo el introito a su manera. La apuesta funcionó, el gobierno dio vuelta la taba, y Solá quedó a un costado de la cancha, sin más juego que el que aporta un Congreso que no sabe jugar. Si se piensa que Elisa Carrió bastoneó el Grupo A, todo el año 2009 y parte de 2010, se termina entendiendo: el declaracionismo hueco no construye una política alternativa. Solá no supo evitar la trampa.
Julián Domínguez sería el hombre que terminaría transformando la Secretaría de Agricultura y Ganadería en ministerio, y como ministro puso en caja el desaguisado; a tal punto, que la Pampa Gringa, al igual que la Pampa Húmeda, dejaron de ser territorio “enemigo”. Esto no es opinable. No depende del resultado de una encuesta. Basta mirar las internas del PJ en Córdoba y Santa Fe para entender: el punto de recomposición pasó y pasa por el gobierno nacional. Y no casualmente el nombre de Domínguez, que algo tuvo que ver con semejante cambio, suena fuerte como candidato a vicegobernador bonaerense; es que su presencia refuerza electoralmente el caudal de Scioli, y marca la cancha. Después de todo Domínguez es un cuadro del gobierno nacional.
Los cuatro jinetes de la Mesa de Enlace, por su parte, fueron mostrando que no sólo son incapaces de orientar al bloque opositor, ni siquiera lograron conservar la convergencia. No se trata de las truhanerías pícaras de un ministro que conoce el paño, sucede que el interés compartido dejó de serlo cuando el gobierno matizó los instrumentos de la política agraria.
Esa es la cuestión, el error de diagnóstico que metió en la misma bolsa a productores grandes –los denominados pool de siembra– con los pequeños propietarios fue corregido, y la Federación Agraria terminó distanciándose, con el correr de los meses, de la Sociedad Rural. Y sin la presencia de los pequeños productores en la ruta, la capacidad de presión política de la Mesa de Enlace cayó a pique.
Entonces, el motivo de la deblacle de Cleto resultó simple: para que su lugar pueda existir era preciso que el bloque campero fuera capaz de articular una política nacional, un programa para el conjunto de la sociedad. Como sólo puede hilvanar un pliego de reivindicaciones sectoriales, para terminar reivindicando una Convertibilidad de cuatro pesos: el viejo y peludo programa de la Alianza de Fernando de la Rúa y el Chacho Álvarez; y esa propuesta (en una sociedad que abandonó la Convertibilidad, y comprobó las ventajas de sacarse de encima un chaleco de plomo) no suena electoralmente competitiva.
En apretada síntesis: Cobos terminó su ingloriosa carrera porque no pudo superar la improvisación permanente, porque no se dirigió nunca a ninguna parte, y porque sólo puede ser un héroe de 30 segundos; es que nadie se imagina –tras la experiencia de Fernando de la Rúa un presidente que no tenga columna vertebral, todos sabemos que en política tanta informidad termina siendo peligrosa.