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Corriente PUCARA
Sabemos que sólo hay una libertad: LA DE PENSAMIENTO
//15 de Julio, 2009

LAS GRISES POSTALES DE UNA DERROTA

por invitado a las 09:13, en Politica Nacional

Vértigo y espanto. Si hoy mismo hubiera que contar porotos, la sola pregunta acerca de los efectos que tuvieron en el oficialismo los siete días furiosos post-eleccionarios causaría pavura. Es que así de brutales son las lógicas políticas en Argentina, así de brutales fueron las respuestas de los medios y la política ante los precarios balances oficiales tras el resultado del domingo pasado. El escenario mutó de un modo violento en 48, 72 horas; los temblores no acaban. Y una parte ancha y generosa de la violencia simbólica provino de ese justicialismo que –se sabía, se sabía desde siempre, se sabía con absoluta certeza y desde el inicio– estaba agazapado para pegar con manoplas de hierro.

Todo es tan absolutamente volátil en la política nacional y están tan fragmentadas las expresiones de la oposición que es difícil saber lo que viene. En cambio es más evidente el cuadro de desmoronamiento súbito. Y ese cuadro dispara unas cuantas preguntas urgidas: el porqué de semejante terremoto, el porqué de su velocidad (¿a tal punto todo estaba atado con moco?), qué cultura política y qué fragilidades ayudaron para que el terremoto se produjera, cuáles serán las vías de salida o superación.

Parte de los estragos post-derrota tienen que ver con las primeras, muy endebles, respuestas del oficialismo. El Kirchner knock-out de la madrugada del lunes y su frase “por un poquito”, la conferencia de prensa que ofreció con patetismo clandestino, o con sabor al apagón sufrido por Rodríguez Sáa en Chapadmalal. Pero las huellas del resultado electoral no se revelaron sólo en esos escenarios. En ciertos blogs de los jóvenes K asomó la tristeza, pero también la bronca, es decir la crítica, y no precisamente pejotista. Un mismo espíritu sombrío va desde los intercambios por internet a los mensajes de ciertas audiencias radiales. 

Sobre las primeras reacciones del kirchnerismo, todavía hoy cuesta entender la falta de una mínima sagacidad que permitiera medir cuál iba a ser el rebote en los medios y en la oposición. Ese rebote no podía tener nada de misterioso ni ambiguo, es un axioma. Muchachos, estamos grandes, henchidos de digerir sapos: ¿qué costaba zafar con el consabido “escucharemos el mensaje de las urnas”? De nuevo: es un axioma, un clásico de manual, que los medios iban a titular “Cristina minimizó la derrota” y que la oposición iba a hablar de sordera o de autismo. ¿Por qué ante la pregunta sobre cambios de gabinete no se apeló al proverbial “Es un tema que vamos a analizar en estos días”? ¿Y para qué apostar a quitarse de encima a Jaimes o Morenos en incómodas cuotas extendidas que garantizan, por cada funcionario que se aleja, tres días de incendio mediático?
Demandas que no son sólo de derecha. Segunda lección de manual, archisabida: a menudo el esfuerzo por no mostrar debilidad termina en patetismo. En lugar de persistir en la cerrazón, una batería de respuestas posibles pudo haber sido una mejor aceptación de la derrota asociada al sentido de la renuncia de Néstor Kirchner a la presidencia del PJ, el cambio de gabinete, la ronda de consultas sobre un puñado de temas en los que no se resignara dirección K: modos keynesianos e inclusivos de contener la crisis, Consejo Económico y Social, un Indec sometido a control público, Ley de Servicios Audiovisuales, coparticipación.

Se entiende perfectamente la clásica necesidad de un gobierno que en la adversidad debe mostrar iniciativa, empuje, conservación de representatividad política y poder. También es comprensible que imperiosamente se deba ofrecer una lectura sobre el resultado electoral que sea alternativa a la dominante. De ahí a que tenga que ser la Presidenta la que repase decimales, hay un largo trecho. Más la comprobación enésima de lo que pasó en todos estos años: la ausencia de referentes potentes que puedan comunicar más y mejor, por imperio de concentración de poder y ausencia de mejor delegación.

En este diario se habló bastante acerca de las falencias K en los modos de armar y comunicar. También se reiteró la idea de que a menudo la demanda acerca de escuchar y dialogar, según de dónde venga, tiene mucho de marketing, de hipocresía, de liberalada entre manipulatoria y banal. Todavía hoy el pedido de abolición del verbo confrontar esconde el “no confrontarás con ciertos poderosos” o “dejarás que la democracia permanezca estéril”. Pero lo cierto es que el problema de la mala comunicación y de la confrontación fue planteado y también sufrido por la tropa propia. 

Las críticas, muy a menudo bajo cuerda, reprimidas, no partieron sólo de la derecha restauradora ni del perverso Solanas que se quedó con votos oficialistas (los que piensan eso olvidan el medio millón de votos obtenido por Sabatella, que triplican la diferencia porcentual obtenida por De Narváez sobre Kirchner-Scioli). Muy desde los inicios del ciclo K, desde espacios cercanos se cuestionaron cosas. Nicolás Casullo, fundador de Carta Abierta, decía hace unos años (lo citamos semanas atrás) que el Gobierno “se congestionó en la figura del presidente, expeditiva, verticalista y fuerte desde un unipersonal decisionismo diario. Todo negociación por arriba”. Mario Wainfeld en Página/12, se cansó, apelando a toda delicadeza posible, de hablar de encierro, “relacionamiento radial”, agenda escasa, y fue de los que más alertó sobre el futuro, horrendo comportamiento de caudillos y gobernadores peronistas. Braga Menéndez, alguna vez publicista oficial, reprochó entre perplejo e indignado serios problemas de comunicación.

También desde Miradas se derramaron ríos de tinta para cuestionar el rol de los medios. No cabe duda, los medios no sólo dañaron al Gobierno –con y sin argumentos–, sino que lo hicieron según una lógica cultural que los suele hacer socialmente tóxicos. Pero en los últimos, largos tiempos, el discurso de la tropa kirchnerista giró demasiado alrededor de la victimización y de las burradas dichas por Macri o De Ángeli antes que en torno de las virtudes propias o los escenarios a futuro. La derrota electoral difícilmente pueda explicarse sólo por el rol de los medios o por la culpa de una sociedad difusamente derechizada.
El modelo, el aparato. Sí, se votó al vacío desolador de De Narváez. Sí, se votó desde un cierto individualismo insolidario. Sí, se votó desde el aislamiento y la crispación por más seguridad. ¿Pero se votó literalmente por volver a los ’90, por menos Estado, por más exclusión? Considerando lo gaseoso tanto del discurso de De Narváez como del sentido de un sufragio contaminado por el efecto Gran Cuñado, ¿se votó otro modelo? ¿O es que El modelo no fue percibido como tal? Con todo lo que los medios puedan haber exacerbado o distorsionado, ¿será que no se hizo tanto, que la distribución del ingreso fue más discursiva que real, que nunca anduvieron bien los trenes de Jaime, que el ciclo K fue perdiendo potencia?

De las palabras que circularon en esta semana tratando de explicar la derrota kirchnerista acaso lo más miserable sea la hipótesis de la traición de los intendentes. Las dudas sobre el peso que hayan tenido ya fueron despejadas: cada municipio del conurbano tuvo un comportamiento distinto, complejo, no sujeto a órdenes verticales impuestas desde los aparatos. Hay por lo menos tres cosas centrales por decir. 1) Si hasta hace siete días argumentamos contra el concepto gorila del voto acarreado por choripán, a no quejarse cuando los votantes muestran la suficiente autonomía como para cortar boleta 2) Si los intendentes “traicionaron” (¿a lo Cobos?, ¿otra vez?) habrá que preguntarse sobre la apuesta a determinadas alianzas. 3) Definitivamente quedan más que relativizadas las grandes, temidas construcciones discursivas: conurbano, clientelismo, aparato ya sea de propiedad duhaldista, kirchnerista o de los así llamados barones del conurbano. 

El lunes pasado, desde su atril, la Presidenta amagó con un repliegue o salida dictaminando sin mayor cortesía quiénes serán posibles aliados: los diputados de Proyecto Sur o Sabatella, entre otros. Interesante pista. La pregunta es si, por primera vez en la etapa final del mandato de un gobierno debilitado, se recuperará la suficiente potencia política como para intentar salir por centroizquierda.



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