Escribe Mempo Giardenelli
De regreso de Frankfurt,
en el vuelo, una pesadilla me dejó un horrible sabor de boca. Y si ahora debo
compartirla con los lectores es porque ayer mismo la realidad me hizo pensar
que podía suceder. Imagínense: ¿Qué sería de este país si por azares del
destino el Sr. Julio Cleto Cobos deviniera presidente de la República?
No tiene sentido
conjeturar razones para semejante advenimiento, siendo que toda especulación
sería ofensiva e inoportuna. Porque tenemos una Presidenta en ejercicio, que
conduce esta nación con todos los atributos de la Constitución y la
democracia. Y gusten más o gusten menos su estilo y sus decisiones, su figura
es incuestionable.
Sin embargo, en mi
sueño, y no sé por qué extraña razón (esos enigmas son “naturales” en el mundo
onírico), de pronto asumía la primera magistratura el Sr. Cobos, ruidosamente
celebrado por no pocos cretinos, resentidos o confundidos, y por muchas almas inocentes
pero con poco cerebro, de esas que en la Argentina siempre se quejan a destiempo, no saben
de qué se quejan o se encolumnan detrás de oportunos quejosos profesionales.
Tras mucho dudar acerca
de la conveniencia de escribir o no este texto de ciencia ficción política,
aquí les cuento el escenario que vislumbré a diez mil metros de altura.
El actual vicepresidente
asumía el cargo aplaudido por la horda de odiadores que pulula hoy en los
medios hegemónicos. Sólo unos pocos desubicados recordábamos, inútilmente, que
el hombre llegaba como producto del más grave error político del Sr. Néstor
Kirchner, pero eso ya no tenía importancia. Lo que sí la tenía era que en el
sueño el Sr. Cobos se rodeaba de los más competentes, lúcidos, éticos y
patrióticos políticos de este país.
Su ministro del Interior
era el señor Eduardo Duhalde y en Economía hacían cola para ser designados los
señores López Murphy, Broda, Redrado e incluso el siempre disponible Sr.
Domingo Felipe Cavallo. Todos ellos decididos a cancelar rápidamente y por
decreto el 82 por ciento móvil. También, y con la misma velocidad, se
restablecían las AFJP, se anulaban completa y absolutamente la Ley de Medios, la Asignación Universal
por Hjo y la de Matrimonio Igualitario, y por supuesto se eliminaban todas las
retenciones agropecuarias.
El crecimiento económico
autónomo que la Argentina
viene teniendo era detenido abruptamente gracias al asesoramiento del FMI,
benemérita institución que nuevamente se constituía en monitora de nuestro
destino. Concomitantemente se amputaba la inversión educativa, se reducían los
salarios en un 13 por ciento y los maestros volvían a cobrar 300 pesos
mensuales.
Obviamente se iba al
demonio la política de Defensa que ha democratizado a las Fuerzas Armadas, y
eso por decisión del nuevo ministro, no recuerdo si el inagotable Sr. Jaunarena
o Rosendo Fraga. Lo seguro es que se terminaban las políticas de derechos
humanos, y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo comenzaban a ser vituperadas
nuevamente, algunas perseguidas o encarceladas. La ex ESMA era puesta en manos
de la señora Cecilia Pando y sus amigos, que preparaban la “restauración a sus
mandos naturales”. Y como el Ministerio de Justicia quedaba a cargo de un
jurista radical, se disponía la rápida suspensión de todos los juicios por la Verdad, y se amnistiaba a
los dictadores Videla, Bussi y Menéndez por razones humanitarias.
La Memoria pasaba a ser una mala palabra, porque
todos estaban “hartos” de ella, siguiendo los nuevos postulados del señor
Lanata y otros ilustres comunicadores.
El gabinete del Sr.
Cobos se completaba con gente inmediatamente aprobada por los diarios La Nación y Clarín, y ocupaban
sus puestos la Sra.
Beatriz Sarlo en la Secretaría de Cultura de la Nación y Abel Posse en
Educación o en Relaciones Exteriores (eso faltaba definirlo porque también eran
candidatas a esos puestos las señoras Elisa Carrió y Patricia Bullrich). El
voto definidor lo iba a tener el cardenal Bergoglio.
El Ministerio de
Agricultura era disputado por los señores Biolcatti, Llambías, Buzzi y el
refinado dirigente entrerriano señor De Angelis. En otros puestos Cobos
designaba a gente de ética acrisolada como los señores Duhalde, Macri y De
Narváez, todos asesorados por el Sr. Luis Barrionuevo. Y el Canal 7 acababa su
prédica disolvente con el arribo de Nelson Castro a la dirección, secundado en
el directorio por inobjetables demócratas como Mariano Grondona, Mirtha
Legrand, Susana Giménez, Eduardo Van der Koy y Joaquín Morales Solá.
Claro que de inmediato
en alguna plaza se manifestaban los señores D’Elía, Pérsico y Hebe de Bonafini,
pero los piquetes que organizaban eran brutalmente reprimidos, mientras
dirigentes sociales como Pino Solanas o Víctor de Gennaro balbuceaban tardías
autocríticas. En cuanto a la izquierda y el trostkismo, inexorablemente se
subdividían en ortodoxos y traidores.
¿Exagero? Ojalá. ¿Que
este texto es apocalíptico? Sí, pero tanto como la realidad argentina sabe y
puede serlo.
Desperté horrorizado. No soy amigo
de la Presidenta,
pero si la veo le voy a rogar que viaje menos. Que se cuide más. Que vele por
su salud. Y que prevea formas de preservación del rumbo que hoy tiene la Argentina. Porque
sin dejar de reconocer las muchas desprolijidades y acciones reprochables de su
gobierno –que tanto me fastidia a veces y al que a muchos como yo nos resulta
tan difícil defender– hay un rumbo diferente en estos años, una esperanza que
esta maldita pesadilla vino a empañar. Porque
si acaso la República
pasara a ser gobernada por un muerto político como el vicepresidente, de flaca
dignidad y viscosa ideología, a mí me corre un frío por la espalda de sólo
imaginarlo.