Una escultura suele celebrar mayormente muertos. Pero el otro día un Raúl Alfonsín al natural, vivo y feliz en su resistente senectud, estuvo ante la representación de su imagen inmóvil, de mármol. Fue durante el acto en el que la Presidente Cristina Fernández inauguró el busto que a partir de ahora y a perpetuidad lo recordará en la Casa Rosada como presidente de la Republica.
¿Cómo será verse en una escultura de mármol o de bronce en la Casa Rosada? Es una ceremonia infrecuente que la copia y el modelo se miren. Solo la desmesura del fútbol hizo que Mostaza Merlo viera su estatua en Racing y que a Diego Maradona le hagan una cada dos por tres. A la de Gardel en cada aniversario, nadie sabe bien por qué, alguien le pone un cigarrillo encendido en la mano de bronce. A Perón y a Evita les sobraban descamisados, obras y votos, y por eso quizá sobren algunas de sus estatuas, muchas de las cuales fueron derrumbadas por los “gorilas”, que se anticiparon así al rito que las tropas dominantes ejercieron medio siglo después sobre la estatua de Saddam en Bagdad .
Con Raúl Alfonsín es distinto. ¿Quién duda que se merece el lugar que va a ocupar junto a otros que fueron presidentes? Porque si bien algunos de esos bustos evocativos son más para el perdón, la piedad o el olvido, el de él es indiscutible. Porque más allá de la convención institucional o del cronograma histórico que lo incluye en la lista, aporta gravitación al papel de Presidente. Lo enriquece. Alfonsín en la democracia es el político que la recrea, que la reivindica y que la sufre. De verdad.
Por si alguno, de puro tonto ya lo olvidó, y otros, por muy jovencitos no lo saben, Alfonsín es el que retoma la democracia desde el umbral de la desesperanza colmada de muertos y la convierte en la esperanza de un pueblo que resucita. Aunque parte de nuestra sociedad injusta, voluble, ingrata y plañidera, eligió desconsiderarlo, estoy seguro que muchos, aun no siendo “del mismo palo”, nos quedamos con Alfonsín . Me quedo con Alfonsín y no con sus negadores. Me quedo con el Alfonsín que hace poco recibió amablemente en su casa a la presidente. Con el del memorable Juicio a la Dictadura, con el del memorable preámbulo de sus discursos y también con el que no pudo resistir el embate de los conspiradores económicos. Me quedo incluso hasta con el del Pacto de Olivos, porque la política no es un diseño de estereotipo o de molde, sino un devenir de decisiones que se toman sin guantes y con el mango de la sartén al rojo vivo. Siempre me quedo con los políticos antes que con los antipolíticos que dan sermones desde el living, desde el jacuzzi o sólo por televisión.
El busto que ahora lo duplica es apenas un reconocimiento de forma en un recinto respetable. Ojalá esa forma adquiera sincero y racional contenido tanto para los que alguna vez jugamos en contra como para los fariseos que lo usan como mascaron de proa de un barco irremediablemente a la deriva.
Alfonsín es un presidente - digo es, y no ex – porque no sólo le dio sino que le da rango a la democracia y a la política. Un tipo sin impostaciones patrióticas, que no necesita usar la escarapela para que uno se de cuenta que es argentino. Ojalá algún día podamos decir algo así de la actual Presidente de la Nacion.