
Quienes ya peinamos canas hace tiempo que venimos escuchando – y pronunciando, claro- la palabra crisis. En muchas partes del mundo, pero especialmente en Argentina, cada tanto se pone de moda utilizándola como una suerte de prefijo al que le sigue “más grave de la historia”.
Últimamente, más precisamente en la caliente y democrática sesión del Senado donde concluyó la era de las AFJP y se consagró la de la jubilación pública de reparto, se escuchó una y otra vez la palabra “crisis” como si estuviera permanentemente en el aire del recinto y los senadores pudieran pronunciarla con solo abrir la boca aunque sea para bostezar. A partir de esa noche es muy difícil escuchar durante más de dos minutos a políticos, economistas y “formadores de opinión”, sin que en algún momento se les escape la bendita palabreja. Y aunque son ellos casi los únicos que la usan invariablemente anteponiéndola a “mas grave de la historia”, también la mayoría de nosotros hacemos uso y abuso de ella para describir indistintamente una efímera disputa familiar o de pareja, una circunstancial baja en el precio de la soja, un breve corte de energía eléctrica, una discusión en el elenco de un teatro de revistas, dos fechas seguidas del campeonato sin que gane Boca o una simple diarrea.
Se sabe que “crisis” a través del griego y del latín se entiende como “fase decisiva de una enfermedad; tensión extrema y apertura hacia otra posibilidad”. La psicología la define muy claramente como “ Momento y situación conflictiva en que se produce un cambio brusco y decisivo, tanto en el orden físico como psicológico”. No se sabe muy bien qué significa la palabra crisis en boca de un político, pero cualquiera puede inferir que tiene connotaciones escatológicas, más aun si el que la profiere es de la oposición. Curiosamente, y teniendo un significado tan grave, se puede decir “crisis” apenas con un leve movimiento de los labios y produciendo en la boca el gesto de una sonrisa. Prueben a decir crisis y se darán cuenta que se la puede pronunciar con la boca casi cerrada y apenas estirando las comisuras ¿Será por eso que a los argentinos nos gusta tanto? ¿O será porque está adherida a nuestra naturaleza como una especie de marca en orillo?
Cuando Ernesto Sabato, en 1973, decidió el nombre de la revista “Crisis”, decía que era un nombre que en la Argentina iba a servir para siempre. En cambio una revista llamada “Optimismo” o “Dicha” o “Alborozo” aquí no tendría éxito.
Ingenuamente se pensó que el fin del Muro de Berlín era el fin de la historia. O que la amenaza nuclear acabaría con las guerras. O que el pensamiento único del libre mercado era imbatible. Más domésticamente, se dijo que desde Ezeiza no `podrían salir más aviones, que el dólar se iría a veinte pesos y el kilo de lomo a ochenta, que la oposición no podrá unirse y entonces los Kirchner gobernarán por siempre, que la quiebra de los bancos en EE.UU. nos dejará a todos en pelotas, que la municipalidad de Río Cuarto está fundida sin remedio…Paremos de armar tanto escándalo argentino. Hay un dicho en el campo que dice: “El que sueña que se muere se muere”. Dolerse antes de que llegue el dolor, solo aumenta el sufrimiento. Llorar antes de que se justifiquen las lágrimas nos resta lágrimas si después llegan a ser necesarias. Lo que más causa gracia es ver desparramar desgracias a tantos agraciados. Se la pasan poniendo cara de crisis profesional sin aflojarse la corbata, en tanto los desgraciados de siempre se acomodan a recibirla apretando los dientes. Quienes más cacarean con la crisis no son los que podrían morirse de hambre, si no los que tienen miedo a ver disminuida su porción de caviar