FALACIAS Y SOFISMAS

No ha de ser tarea fácil cuantificar el daño que causará a nuestro país el cataclismo de los mercados financieros. Por lo pronto, la oposición en general afirma – y esperemos que para bien de todos no sea cierto- que por culpa de los “K” los resultados serán catastróficos. Por su parte el Gobierno dice – y esperemos que para bien de todos sea verdad- que gracias a él nos afectará pero no mucho. Todo un tema.
No es la intención de estas líneas develar semejante enigma, pero acaso valga la pena comenzar diciendo que, hace solo un  par de meses, la inflación era la “mayor preocupación de la gente”, Guillermo Moreno y sus andanzas por el INDEC eran la comidilla de toda la prensa y los garúes hacían oír sus voces reclamando “enfriar la economía”. Hoy, el escenario ha cambiado: El periodismo “serio” y los garúes forman un coro rezongón que machaca acerca de la disminución de la actividad económica.
 Sin embargo, la realidad de esa temperatura no coincide con la térmica que genera, salvo, marcadamente, en dos áreas: la automotriz y la agropecuaria; ambas ligadas en forma directa con la recesión externa. La primera por su vinculación estratégica con los gigantes de Detroit  y su dependencia con el mercado brasilero, y en la segunda por el retraimiento de la demanda mundial de granos, especialmente oleaginosas, a lo que habría que añadir los intereses políticos puestos de manifiesto durante el “conflicto del campo”, De todas maneras y si bien es cierto que desde afuera se compran menos autos, menos granos y menos carne, también tiene mucho que ver el hecho de que los réditos presentes tienen poco que ver con lo que se calculaba, y entonces la especulación de “desensillar hasta que aclare”  tiende a agravar el problema.
Pero ¿Alcanza eso para hablar de una economía paralizada o cercada por riesgos gravísimos? ¿Lo que les pasa a la General Motors o al Citigroup es necesariamente la proyección de lo que ocurrirá aquí? ¿La caída en los precios de las materias primas agrícolas quiere decir pérdida, o es lucro cesante respecto de la ganancia extraordinaria que esperaban los jugadores del sector?  Por lo pronto, excepto en las dos parcelas de producción mencionadas (sin decir que esto sea poco)  no hay otras pruebas reveladoras de una merma sensible en los grandes indicadores económicos. Incluso la amenaza de corrida hacia el dólar quedó prácticamente en la nada.
Pero resulta que todo parece haber empezado a funcionar “por las dudas” para atenuar presuntas consecuencias  de causas que son más dudosas todavía. Suspensiones, reducción de turnos, pronósticos de despidos y adelantamiento de vacaciones surgen como un espejo no comprobado de lo que le acontecería a la economía toda. ¿Cómo no sospechar, entonces, que estamos frente a efectos construidos para poner a salvo la taza de ganancia ante eventuales  conflictos gremiales y reclamos salariales? ¿Cómo no pensar en que el establishment nuevamente pretende tomar al empleo y al salario como variable de ajuste? ¿Cómo no dudar, cuando en los balances de la Bolsa de Comercio las compañías líderes presentaron ganancias con aumentos de más del 100%  con relación a igual período del año pasado? ¿No tiene uno derecho a pensar en que estamos en presencia de profecías escatológicas que inducen a la incertidumbre y la desesperanza colectiva?

Si cunde el temor cunde la alarma y con ella el desconcierto, y en el desconcierto perdemos todos. Salvo quienes lo provocan. Ellos ganan siempre