Escribe Carlos Alberto Del Campo
En su viaje final se escucharon discursos de despedida cargados de emotividad cuando en realidad la figura de un hombre público de su talla hubiera merecido un análisis político de otro tipo. Lo curioso es que eran los propios políticos los que se vieron embargados por esa emoción. La gente, que especialmente en Capital Federal acompañó las ceremonias, probablemente aspiraban a recuperar algo de la “aquella ola democrática-radical” que don Raúl encabezó en 1983.
En las puertas del domicilio del ilustre difunto, la muerte se vivió con un canto esperanzado cuando se agitaba “Cobos presidente”. En este sentido, tiene razón el periodista José Natanson que habla de “las ironías de la muerte, porque ante los restos aún insepultos del líder que nunca se alejó de su partido se vivaba al mendocino que fue expulsado de por vida de las mismas filas.
La figura del ex presidente está marcada por su evidente capacidad para interpretar las ansias democráticas en el final de una dictadura que había contado con el acompañamiento de fuerzas políticas participando en cargos de distinta relevancia.
Alfonsín llegó a la primera magistratura con poco proyecto, solamente dos o tres cosas dieron resultado: “denuncia de un pacto militar-sindical” (a 30 años aún no se dijo en que consistía); “con la democracia se come, se educa…”; y con el preámbulo de la constitución en la tribuna.
Como político fue perseverante, como estadista muy limitado. ¿Porque no decirlo ante la muerte? No finalizó su mandato, se embarcó adhiriendo al internacionalismo socialdemócrata, extraño a las banderas populares de la UCR que don Hipólito sostuvo con empecinada vigencia durante décadas. Recordemos que el propio candidato Eduardo Angeloz se vio obligado a exigir la renuncia del ministro de economía del gobierno envuelto en la crisis más tremenda de la hiperinflación y la pobreza.
El tema Córdoba es otro capítulo que debe merecer mayor interés, especialmente de los políticos radicales embargados por la emoción. Angeloz, que había llegado con un programa que tenía sustento en vieja tradición de autonomía cordobesa encontró serios obstáculos en la presidencia de Alfonsín. Una muestra de ello fue cuando en marzo de 1984 el gobernador radical llamó al diálogo a todas las fuerzas políticas y anunció el impulso industrial de la Fábrica de Aviones con la venta inmediata de todos los aviones Pucará en stock, que eran de interés en la penosa guerra Irak-Irán. Alfonsín puso reparos, sus ojos brillaban cerca de la socialdemocracia y en una comisión de paz y desarme que presidió y que curiosamente estaba compuesta por países beneficiados por la carrera de armamentos.
Murió Alfonsín… logró encantar como pocos a los sectores medios, los de mayor ilustración, del país. Eso mismo se pretendió repetir mas tarde con la Alianza que terminó con muertos y un estruendoso fracaso. Cuando el político de Chascomús llegó al poder se encontró con una realidad que no supo conducir. De ahí su salida apresurada. La austeridad de su gobierno quedó lejos de aquella de Amadeo Sabattini, el “peludo chico” de Villa María, que no tuvo Aníbal Reinaldo, ni Coti Nosiglia en su gabinete. Guardemos nuestro respeto por el presidente muerto.