Yo, tú, él, nosotros y vosotros deseamos que la selección argentina de fútbol le gane esta tarde a la de México. Y que siga ganando, que le gane a todos los que haga falta para que Argentina sea otra vez campeón del mundo. ¿Y si así no fuera? Si así no fuera muchos simplemente lo lamentarán, otros pensarán en una nueva cábala para dentro de cuatro años, algunos le echaran la culpa a Maradona, a Messi, al árbitro de este u otro partido, a la mala suerte y hasta habrá, obviamente, quien diga que también en esto la culpa la tiene el gobierno. ¿Y si no? Digo si a pesar, o, lo que es casi lo mismo, gracias a Maradona, Messi, el arbitro, la suerte y el gobierno somos campeones del mundo, ¿Qué pasaría? Lo mismo que pasó en anteriores ocasiones: Saldremos a festejar con cornetas y maracas, con gorritos, bufandas, camisetas celeste y blanca y envueltos en la bandera argentina. La alegría colectiva será enorme y durará varios días o semanas. También esta vez la Presidenta recibirá a la selección en la rosada, aunque ahora los kirchneristas cantarán ya lo ve, ya lo ve, es para Macri, Duhalde y Cobos que lo miran por TV… En fin, más o menos lo ya acontecido y conocido. ¿Y después? Después vuelta al laburo, a sufrir para poder pagar las cuotas del plasma; a quejarnos por lo poco que ganamos y lo mucho que roban los políticos; a mirar por TV los almuerzos de Mirtha, a Tinelli o a Ricardo Fort; en todo caso, los un poco más exigentes miraran Duro de Domar, Televisión Registrada o 678 y los todavía más exigentes se inclinarán por Canal Encuentro. Mientras tanto, el campo seguirá rezongando porque está fundido, Luis Juez y Lilita presentaran un millón de denuncias, la oposición y los medios despotricarán contra el gobierno porque hace todo mal y el gobierno se defenderá diciendo que todo esta bien… Más de lo mismo. Una historieta que ya todos conocemos.
Sin embargo, y con el debido respeto por los futboleros- entre los cuales tengo el gusto de encontrarme- me permito decir que hay cosas que trascienden el resultado de un partido de fútbol y hasta el hecho de ganar o no un campeonato del mundo. Por ejemplo:
La identidad biológica de los hijos adoptivos de la dueña de Clarín; la sórdida y sombría apropiación de Papel Prensa y la amenaza a la libertad de expresión que significa la concentración de medios, han salido de la cueva y quedan expuestos a la vista de todos, de manera que lo que ahora suceda descorre velos largamente instalados. Porque aún si a pesar del esfuerzo popular y democrático, se dilatara y se hundiera en el limbo jurídico la verdadera identidad de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, ya esas personas adultas serán para siempre hijos apropiados ilegalmente y con identidad apócrifa. Por otra parte, aunque nunca se destapara legalmente, ya ha quedado al descubierto la violenta incautación y posterior adjudicación de la empresa Papel Prensa a los grupos hegemónicos vinculados con la dictadura de los años setenta. Y aunque la Ley de Medios sea cancelada o cambiada a favor de Clarín, ni este ni otros grupos corporativos, ya nunca más serán lo que fueron hasta ahora. Esta situación de enigmas y ocultamientos ya despojados de máscaras no tiene remiendos hipócritas ni cirugía estética correctora. Tampoco podrá retroceder otra vez al silenciamiento, porque el proceso desatado, sea o no convalidado jurídicamente, ha quedado al desnudo. El público está en posesión de datos que antes ignoraba porque se los ignoraron y se dejaba ignorárselos. Lo que está pasando es que el pasado de los medios es ya presente y nos obliga a reformular la antigua idea inamovible y dominante.
Es probable que el ejercicio del periodismo, y la actitud de la sociedad que lo consume, se renueve despojándose de su historia tan vulnerable a cualquier tribunal ético y de conciencia.
Estemos a favor o en contra. Nos importe mucho o nos importe un bledo, ya nada será igual que antes. Ni la forma de leer el diario, ni de escuchar la radio o mirar televisión, volverán a ser iguales a la época en que no se discutía públicamente sobre esos tres grandes temas.
Hasta el movilero deberá ir cambiando su relato y el oyente su oído. Porque los medios ya no serán el pensamiento único, ni la sociedad una esponja condenada a absorber y a ser el eco de ese pensamiento.