El pibe es un boxeador acosado. Se lo ve débil, desarmado. El protector, no solo el bucal, ha desaparecido y sus brazos cuelgan para hacer más vulnerable su defensa. El rincón, donde debería estar quién más sabe, obviamente su antecesor, sigue desierto. Alguien tomó la decisión de borrar el pasado, de negarlo y de emprender un combate parecido al suicidio.
Los más grandes, los que le hicieron ganar este lugar que ahora sufre, deberían sumarse para decidir que hacer con el próximo round. Aún sin que los llamen.
El pibe sigue sólo. Los amigos del rugby no alcanzan y el resto de los chicos carecen de la experiencia imprescindible para lidiar con fantasmas vigorosos.
En la intimidad, en su casa de Banda Norte, nuestro boxeador piensa en los cambios que debe efectuar para continuar.
Van a llegar más golpes, el hígado le duele cuando reaparece algún camión de Gamsur, los moretones no consiguen ocultarse y el dolor de la impotencia por momentos lo muestra desalineado. Eso dicen las fotos. El pibe ha perdido la frescura y las noches de insomnio dejan huellas.
Los consejos, las palabras, los números que le han acercado y que pretende defender son confusos, lo cuenta en silencio, pero en voz alta tiene el deber de explicar lo inexplicable. Los errores de cálculo en el impuesto municipal lo han desgastado. Son gruesas las faltas y los culpables siguen sin admitir el equívoco.
Los funcionarios, los imprudentes, suelen decir en voz alta que el pibe no los molesta y lo curioso es que cuando pifian en sus actos, siempre liga el pibe. Las gotas, aún pequeñas, con el transcurso del tiempo, pueden ser una catarata que te lleva al precipicio. Por eso se le demanda que haga cambios. Hay mucha roña y viejas alianzas que lo están autodestruyendo. Lo sabe y sin embargo, las decisiones se diluyen tanto como el poder.
Tal vez no comprenda que ejercer el poder es causar el malhumor de algunos y el enojo de muchos. De esa forma se construye. Y la tropa, la propia, se junta detrás de un objetivo.
El poder no es una frase bonita que esboza un asesor publicitario. El poder es enojarse y expulsar a los imberbes. La historia cuenta eso y de la historia hay que aprender.
Se escucha, se vuelve a escuchar el síndrome De La Rua. El pibe no se lo merece. Tiene espacio. En el living de su casa sabe que los tiempos se acortan y que la luz se torna difusa. En ese clima, con tantos actores, deberá elegir quien se queda a su lado y desde el rincón lo asesora sobre los nuevos golpes que darán los contrincantes.
Y sobre todo quien asume que hay que poner el pecho para desarticular una nueva embestida.
La reflexión lo hará pensar. Acaba de llegar el Emos, curiosa Río Cuarto, donde el agua quema y viene a elevar el caudal de llamas.
Me dicen que fue un error PARAR la obra publica. Coincido aún desde el llano. Nunca se debe parar. Los que hoy quieren cobrar han ganado fortunas y pueden esperar. El estado es garantía de pago siempre. Y las deudas deben manejarse con el equilibrio que muestra cualquier ama de casa cuando las monedas no alcanzan. Por eso unas líneas adelante hablaba de enojos. Gobernar es tomar medidas que afectan intereses de los más poderosos. El pibe debería comprender que el más poderoso es el que otorga el mandato y que cuando está entre las sogas no debe fijarse únicamente en los del ring side, en la tribuna esta la popular. Es hora de que levante la vista, mire un poco más allá, y comience a boxear. Aunque se enojen algunos. Y también deben gritarle desde el rincón, que retroceder, dar una paso para atrás, no es debilidad, es tomar distancia para no volver a errar el puñetazo. Porque, el lo sabe, el revaluo, el valor del agua, son trompadas que la gente juzga como una torpeza inadmisible.