No lo toquen, no lo meneen, no traicionen su historia. El presidente Alfonsín no era ese señor “buenito, manso y convencional” que tramoyistas sinuosos pretenden que sea ahora. No se sometía sino que se oponía a los que le querían imponer la ortodoxia. Su mirada era hacia el pueblo (recalco esta palabra, últimamente reemplazada por “vecino” o “contribuyente”) y por eso muchos tilingos y vecinos top lo “caceroleaban”. Fue un presidente hereje, un líder al que también se le acusaba de aspirar a construir un movimiento hegemónico. Un “populista” para los que cuando asciende un Gobierno popular se visten con la túnica republicana de mármol y recitan el manualcito de la propiedad privadísima.
Alfonsín también tuvo que lidiar contra fuerzas económicas foráneas y las corporaciones de acá, que se empeñaban en “desgastarlo”. El stablishment y el FMI le desconfiaban y lo boicoteaban. Era rechazado por el sector Rural y era silbado en las exposiciones ganaderas por los mismos que siempre cantan fuerte el himno. Los militares trataron de tumbarlo. La Iglesia alta lo azuzaba con el crucifijo y tuvo que salir a replicarla él mismo desde el altar ( como el Toño ¿se acuerdan? salvando las diferencias, claro) Su vocación social demócrata era vista como si quisiera reencarnar a Marx y Lenin. Lo acusaban de hacer “Caja” con la Coordinadora y con los pollos frizados. En La Bolsa y en los diarios económicos y “republicanos” lo trataban de altamente sospechoso.
No traten de convertir a Alfonsín en un dulce abuelito. No lo desarmen de su armadura de político que luchó por la equidad y la justa distribución de la riqueza. Su grandeza no es la que algunos quieren poner ahora como cereza en una torta de crema agria, que es una forma de reduccionismo ideológico.
Alfonsín nunca hubiera votado en la dirección en que ahora votan algunos de quienes se aducen sus correligionarios y aliados.
Por eso hoy, enfermo y viejo como está, Alfonsín sacó a relucir sus principios y sus agallas y salió a desmentir a sus endulzadores.