JUEZ ES SOLO SOEZ, y NO SOLO ES JUEZ

Sería bueno que comenzáramos a prestarle menos interés a la banal “guerra de las vedettes”, al “polémico” divorcio de la Tota Santillán o a las  “durísimas” declaraciones de Grondona contra Ruggieri, y empezáramos a  poner un poco más de atención a la violencia verbal que emplean ciertos políticos para atacar al adversario. A mí eso no sólo me da un poco de miedo, sobre todo mucha vergüenza.
 El pensador francés André Gluczmann se preguntaba: “¿La estupidez es de  derecha o es de  izquierda?”. Y él mismo se respondía: “La estupidez va en todas direcciones. El hombre es el único animal capaz de transformarse en un imbécil”. Por su parte el escritor Italo Svevo, ante una persona atacada de ira y profiriendo insultos,  interrogaba: “¿Es inteligente o es estúpida?”. Cabría otra pregunta: ¿Por qué hay tantos estúpidos entre los que se dicen  inteligentes?
La idiotez culta presume inteligencia, de ahí el encantamiento erróneo que provoca. Algunos de estos insultadores políticos a que me refiero suelen hacer un gesto de suficiencia apenas acaban de proferir un agravio que ellos suponen una genialidad lingüística. En ese papel se sienten aplaudidos por otros que, si fueran notorios, también insultarían ante cada micrófono, porque dentro del pueblo existe un pueblo de insultadores convencidos de la legitimidad de sus insultos. Se trata de una moda exitosa la de derramar palabras enlodadas con efecto mediático. Importan al clima del escándalo.
Pero peor que la estupidez inmoral o amoral, es la estupidez “ultramoral” que algunos creen encarnar. Son como la inquisición ultramoral de la política. Ojalá que esta épica belicosa contra un gobierno que aunque ahora ya no nos guste lo elegimos entre todos,  sirva para ilusionarnos que si otra vez nos dominara una dictadura terrible los belicosos no se van a esconder, sino que van a reaccionar aún peor que contra este gobierno. Y que serán capaces, como ahora insultan, de insultar en la cara a los dictadores.
 No hace falta dar nombres: sus firmas y sus voces avalan la procedencia.  Y se asientan sobre un diccionario donde abundan las palabras  ladrones, corruptos, saqueadores, mafiosos, intolerantes… La liviandad con la cual se propagan epítetos y descalificaciones ominosas son de tal exageración que hay que tener mucha mala fe o mucha idiotez ética para considerarlas válidas.
 
Cuando un o una injuriante profesional desparrama esas metáforas brutales sin el menor pudor y sin aportar una sola idea con efecto pedagógico en los que dice representar,  en lugar de darle prensa merecería un aplazo público.
 Flaubert, en “Reflexiones sobre la condición humana”, dice: “Una mollera vacía no está realmente vacía; está llena de basura”.        

A la política argentina le  hace falta un movimiento ecológico contra la estupidez y el insulto. Y  no le vendría mal fumigarla con una fuerte dosis de fertilizante mental que le hiciera brotar alguna idea.