Ramiro encendió el motor, después la radio y Nicolás Florio le contó que los muchachos se habían aumentado hasta un 150 % sus haberes. Ramiro saboreó el último mate. Griselda tiene esa costumbre de barrio. Le da el mate, el beso de despedida y le pide que se cuide. Andar en remisse en esta ciudad sitiada no es tarea fácil. Aceleró con furia y partió en búsqueda del primer pasajero del día. La lluvia tenue facilitó la captura inmediata. Salió un viaje al centro. A la plaza, a la plaza más cara del mundo se dijo. Hace tres meses, solo tres meses tuvo la misma sensación. Florio, aquella mañana, recitó el costo de un banco, de un basurero y de una garita. Las tripas se encendieron en una revolución caliente que trasvasó sus límites y esa mañana puteo por lo bajo. Cuando el pasajero bajó en la Cara Plaza, otra vez en soledad, levantó la música de Arvillaga y maldijo a los muchachos en voz alta. Esa increíble sensación de desamparo, de angustia, de dolor y de desesperanza guío su andar en el laberinto vehicular que ni el Coronel Méndez puede poner en orden.
Como le ocurre casi a diario, un agente de Tránsito intento detenerlo. Ramiro es un típico remisero trucho y a lo largo de estos meses ha aprendido a sortear a los cazadores con la velocidad de una gacela o con la fiereza de un tigre si hace falta. Una tarde hasta lo llevaron a la UR9, allí hizo el descargo y lo dejaron libre. Una multa dolorosa le permitió retirar el R-12. Volvió más precavido pero con el espíritu intacto. Siente que no hay alternativas y huye para adelante. Griselda está embarazada y los tiempos son perentorios.
Al mediodía se detuvo por un pancho, un café y la imperiosa necesidad de vociferar la rabia contenida. Oscar, dueño del recreo, es sabio en sus silencios. Ha entendido que debe ser una esponja, una máquina de digerir derrotas propias y ajenas. Escucha a los clientes cotidianos hasta hacerles entender que muy pronto “nos va a mejorar la vida”.
Esa esperanza, es el plus por el cual el café y el pancho, se parecen a una isla en medio del miserable comportamiento “de estos tipos a los que hace tres meses nomás, los voté”.
En unos días Ramiro volverá a ser citado por los concejales, por las distintas secretarías para intentar regularizar su situación. Mendigará ante la ley para pretender cumplirla. Alguna bella secretaria (cuantas han ingresado esta vez?) lo atenderá sin atenderlo y el derrotero será extremadamente extenso.
Hay otros Ramiros, tal vez más de lo que suponen, que un día encontrarán que ya no se conforman con el pancho y el café y los buenos augurios de Oscar. Son los miles de tipos que ha diario bregan por una vida mejor, más digna y que aún ni en sueños imaginan que un día verán incrementados sus ingresos en un 150 %.
Los funcionarios deberían saber que estos miles, una mañana de estas, cuando Florio los despierte con otro atropello, evitaran el pancho y el café y juntos viajaran hasta los despachos plagados de niñas bonitas, para pedir explicaciones.
Seria imprescindible entonces, que el concejal profesor que explicó por televisión que “esto no es un aumento de sueldo” baje al llano y descubra que los Ramiros están a punto de enojarse ante tanta mentira acumulada.