Al repasar las noticias que hoy nos llegan de Europa, vemos
que allá se está viviendo una película que los argentinos ya vimos: Hay bronca,
decepción, temor. Todos protestan. Marchan, insultan, paran, pintan paredes,
rompen vidrieras, incendian autos, se enfrentan a la policía y la represión
causa detenidos, muertos y heridos.
Grecia, que fuera la cuna de la cultura occidental, es hoy
una sociedad devastada. Es cierto que hace ya tiempo que Grecia había perdido
su status de potencia, pero el valor simbólico de su caída es muy fuerte.
¿Cuánto puede tolerar una sociedad a la que un conjunto de burócratas la
vapulea y a la que se le dice que no sólo la está pasando mal, sino que,
además, y gracias a la gran "ayuda" que le dará el FMI y las
potencias europeas, la pasará mucho peor al menos durante los próximos cuatro
años.
España es un polvorín. En apenas dos años el desempleo pasó
del 5 al 20%. Traducido a vida cotidiana, esto significa que cuatro de cada
diez familias tienen en su seno por lo menos un desempleado. Entre los jóvenes,
el problema del paro, como lo llaman allá, es aun mayor, porque el desempleo en
ese sector llega al 35% y no hay signos
de que esto pueda revertirse en el mediano plazo. Si a esto se le agrega que la
deuda externa ha llegado a niveles históricamente desconocidos, que la inflación
crece de manera exponencial y que esta
situación no mejorará durante este año ni el próximo ¿Dónde quedó el sueño de la España potencia?
Los italianos, los
portugueses, los británicos y hasta los alemanes atraviesan dificultades
semejantes o peores. Para intentar superarlos los gobiernos solo atina a
aplicar la ya conocida receta del FMI:
Planes de ajuste o el "gran tijeretazo", como bautizaron los
españoles y en los que nadie cree. La gente está muy enojada. Marcha, protesta,
grita. Se auto convocan para potenciar el volumen de su voz. Más de veinte mil
personas en Berlín y cien mil en Roma se manifestaron por ahora sin mayores
resultados.
Como dije al
principio, esa es una película que ya vimos. Cuando cayó la Argentina, la "voz universal", que
operaba como vocero del consciente colectivo global repetía: "El Estado no
debe intervenir. Hay que dejar que los mercados se autorregulen .Que caiga lo
que tenga que caer, aunque cayera un país entero con sus 36 millones de
habitantes adentro. Y allí fuimos. No hace falta decir qué nos dejó el
neoliberalismo.
Con mayor o menor
sofisticación, los argentinos comienzan a ver esto. Tenemos marcadas las
cicatrices que nos dejaron momentos tan difíciles como los que hoy se viven en
Europa. Como buen mercado de prueba, pudimos comprobar antes los resultados del
"modelo" que nos dejamos imponer, pero aprendimos. Somos una sociedad
más madura, que no quiere volver ahí, que lentamente vuelve a creer en sí misma
y que festejó el Bicentenario permitiéndose disfrutar una realidad que, sin ser
ninguna panacea, aún con muchas asignaturas pendientes, al menos está lejos de
la que nos muestran las imágenes europeas.
Parados desde otro
lugar, con la lucidez y la firmeza que permite la calma, los argentinos vemos
que el mundo se quedó sin receta. Que se esfumó ese falso halo mágico de
paraíso que se le pretendió dar al neoliberalismo y clausurado Ezeiza como la
puerta de entrada a ese paraíso, mejor ponerse a pensar en qué hacemos con lo
que tenemos. Y eso implica debatir y diseñar qué país queremos.
Hace poco más de
dos meses, se realizó una encueta en la que se preguntaba si el país necesita
un plan de largo plazo para orientar las políticas de los próximos diez, quince
o veinte años como tienen la
India, China o Brasil, y
el 77% de los encuestados dijo
que sí: "Ya me compré la batidora y el televisor importado, ahora quiero un proyecto". Respuesta
abrumadora y sorprendente para una sociedad acostumbrada a vivir pensando en el
día a día y bajo el estigma de la crisis crónica.
Estamos siendo
testigos de la historia. El mundo está cambiando. Los que tienen el dinero
comienzan a ser otros. Si tomamos los 8 años que van entre 2003 y 2010, el
crecimiento acumulado de la economía de Estados Unidos rondará el 13.5% y el de
Europa el 11%, mientras que el de China es del 86%, el de India 60%, el de
Brasil 30% y el Argentina del 76%. El
mapa del poder ya no es el mismo. Del G7, que se alzaba hegemónico y
omnipotente, perceptible o imperceptiblemente estamos ya en el más democrático
G20.
Los chinos y los
indios ya son capaces de fabricar autos de 3000 dólares, computadoras de 200 y
celulares ultra modernos de 30. Es que tienen otro marco mental, una forma
distinta de conceptualizar los mercados; miran cómo va el mundo, producen pensando en públicos no considerados
por las potencias centrales y de esa manera sus mercados internos ganan en
tamaño, sofisticación y poder.
Este nuevo mundo,
que como si hubiera descubierto la máquina del tiempo transforma por millones a
personas que vivían prácticamente en la Edad Media
convirtiéndolos en ciudadanos siglo XXI, requiere de cuatro cosas básicas:
comida, energía, conocimiento y lucidez.
Y América Latina tiene todo eso. Se ha dado cuenta de ello y actúa en
consecuencia. Sus líderes y el pueblo han aprendido y ahora hacen. Durante la primera década del siglo
XXI la gran mayoría de los países de
esta parte del mundo ha crecido
fuertemente y de manera sostenida: la relación de la deuda externa sobre el
producto ha caído de manera elocuente y hay países que la han cancelado o están
a punto hacerlo. El desempleo ha bajado significativamente y sus mercados
internos suman cada vez más consumidores, mejoran los indicadores sociales y la
voz de sus líderes se oye con más atención en la escena global. Sin lugar a
dudas y a pesar de los agoreros y retrógrados, esta década ha sido para la
región una "década ganada" y la Argentina forma parte de esa conquista.
Desde la salida de la crisis hasta el final de 2010, el
crecimiento acumulado de nuestra economía superará el 70% y el del consumo de
los productos más básicos, medido en unidades,
habrá crecido un 63%. Las ventas de automóviles en el mercado interno
habrán aumentado el 520%, pasando de 96.000 unidades por año a 600.000, y el
desempleo habrá bajado del 25 al 8.5 por ciento y, aunque falta mucho por
hacer, la transferencia de recursos hacia sectores económicamente más
desprotegidos ha sido ponderable.
Tenemos una
oportunidad histórica. Mientras otros viven y sufren lo que para nosotros ya es
pasado, hoy, con la experiencia ganada, podemos recuperar parte del terreno
perdido poniendo, como país y como sociedad, nuestro foco estratégico en un
lugar mucho más interesante: el futuro.