//06 de Enero, 2009 |
LOS OJOS DE LOS NIÑOS |
por
carlosfernandez a las 01:25, en
Internacionales |
 Mientras en una parte del mundo se celebraban las fiestas, en otros lugares se mataba seres humanos. Así se fue el año 2008, así llegó el 2009. Civilización (o no) y barbarie. Pan dulce y bombas. El cinismo no conoce fronteras. Se mata y ya está. Por seguridad. O por las dudas. Por los derechos de unos creen tener sobre otros… Recibimos el Año Nuevo con más de quinentos muertos en Gaza, un tercio de ellos, niños, y cerca de cuatro mil heridos, muchos de los cuales pasaran a engrosar la lista de fallecidos. Pueblos que ya tendrían que ser sabios por sus experiencias trágicas, encuentran coincidencia sólo en la muerte. Esa muerte a la que todavía tratamos de encontrar una explicación, es usada como emblema de lo que llamamos civilización. O más paradojalmente aún: Humanidad. Ahora es ya mucho más fácil que antes. Ahora se mata al enemigo desde aviones y, mejor todavía, a él y a toda su familia, a sus amigos, parientes y vecinos. O con cohetes, desde el escondite clandestino. Esos jóvenes que arrojan bombas desde aviones o desde escondites no se dan cuenta de que matan, de que exterminan la vida de otros seres, por lo general inocentes. Pero arrojan bombas por “patriotismo”. Los medios lanzaron al aire y al papel la noticia que un misil teledirigido israelí logró dar muerte a uno de los principales dirigentes de Hamas. ¡Qué buena puntería! También mató a su mujer y sus ocho hijos. Los discursos de los políticos intervinientes nos dicen claramente de su omnipotencia. ¿Tienen acaso el poder delegado de matar, de hacer matar? ¿Se los vota para eso? ¿Y qué pasa con Naciones Unidas, para qué está? Si no es capaz de detener una guerra ¿De qué sirve? ¿Sólo para poner a salvo la propiedad privada? ¿Y la vida ajena? Este tendría que ser su principal motivo de existencia y no una masa burocrática promotora de encuentros superficiales sin evitar desencuentros que ocasionan la muerte. Sí, está bien, los hombres de Hamas lanzan cohetes a Israel. ¿Pero eso justifica bombardear ciudades abiertas, que ni siquiera tienen refugios antiaéreos y donde viven madres que crían a sus hijos? Tiene razón Israel en combatir el terrorismo. ¿Pero con métodos cien veces más traidores y mortales que un misil casero, en todo caso similar en cuanto a perversión, pero increíblemente menor a misiles teledirigidos, arrojados desde aviones sofisticados piloteados por oficiales super entrenados? Los crímenes del Holocausto han quedado para siempre en la conciencia de los pueblos del mundo. Especialmente en la del pueblo judío, con su conocimiento histórico de persecuciones de las que fue víctima. Por eso, y porque cualquiera lo sabe, el Estado de Israel tendría que saber muy bien hacia donde lleva el odio; que nada se gana cometiendo atrocidades. Porque no hay ninguna diferencia para un niño entre morir en una cámara de gas y ser destrozado por una bomba arrojada desde aviones oficiales. Han muerto, por ahora, más de cien niños en el bombardeo a Gaza por parte del Estado de Israel. Ya esa cifra podría servir de leitmotiv para salir a denunciar y repudiar a los políticos que dieron la orden y a los generales y soldados que la cumplieron. El papa Ratzinger, en su mensaje de Navidad, nos ha llamado a rezar, rezar y rezar. ¿Rezar a quién? ¿A un Dios que permite que en la “Tierra Santa”, donde nació su hijo de una virgen, se cometan crímenes tan atroces; que desde hace siglos los pueblos se peleen por razones religiosas, que en el fondo no son otra cosa que razones de poder y de dominio? Alá, Jehová, Cristo o el que sea: En Tierra Santa se mata niños. ¿Con qué habrán soñado esos niños la última noche en que vivieron? ¿Con juguetes? ¿Con hadas? ¿Con ángeles que bajaban desde el cielo? ¿A qué dios le habrán estado pidiendo que salvara sus vidas? Es lo mismo, porque nosotros les arrojamos bombas y los destrozamos. Habría que rescatar los ojos de esos niños en el momento en que estallaron las bombas Y recordarlos siempre. Acaso sea ese el primer peldaño para alcanzar aquel Paraíso en la Tierra con que soñaba Kant: la paz eterna. |
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